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Cuando papá perdió la guerra

Juan Gustavo Cobo Borda


 

Papá perdió la guerra. Peleaba en el bando republicano y era partidario de Manuel Azaña durante la guerra civil española. Fue herido en la batalla del Ebro y conservó hasta su muerte, el 15 de octubre de 1997, un casco de bala en el lado derecho del estómago. Salió en la última lancha que partió del puerto de Bilbao, en uno de los pesqueros de su amigo Fortunato Ibañez. Duraría algo más de seis meses en el campo de refugiados en Getari, Francia, desde donde lo reclamaron sus tíos que vivían en la Habana Vieja, en las calles Campanario y Reina. De La Habana, en 1946, vendría a Colombia. Había nacido el 21 de julio de 1908 y estudió con los salesianos en Santander, España. Lo supongo lector, idealista y entusiasta, pues daba conferencias sobre los castillos de España y publicó dos novelas. La primera se llamaba Esclavitud, dolor, amor y fue editada en Bilbao en 1934. Tiene 175 páginas y el subtitulo es diciente : "Obra de actualidad social y novela de tragedia, amor y sentimiento". La segunda, de 159 páginas, se llamaba tan sólo Una mujer Un hombre.Impresa en la Tipografía Bilbania de San Mames, 30. Teléfono 16329, no tiene fecha y comienza asi :
"Tierras de Castilla, majestuosas como el mar, áridas como el desierto, con casas de adobe en color arcilloso como simples oasis díficiles de encontrar donde la vista alcanza. Tierras de Castilla, secas y luminosas en el estío, tristes y pantanosas en el frio invierno, cuando la escarcha y el hielo atenaza los cuerpos y hace que por los resquicios de los portalones penetre el sútil aire que como puñales traidores envenene las curtidas naturalezas." La dedicatoria es elocuente: "A las madres, mujeres, hermanas y novias de los que ofrecieron sus vidas en los campos de Asturias, la mártir". Iba en tren, en alpargatas, a ver jugar al Aleti de Bilbao como lo llamó siempre, y en una bolsa los zapatos de cuero por si había baile despues del partido.

Una anécdota lo pinta bien: durante la guerra, y en una muy larga semana, habia guardado los cigarrillos que les daban - uno por día - para canjearlos al final por huevos y asi hacerse una suculenta tortilla, "como las de mi madre". Llevaba los huevos en el casco, como si fuese la bolsa de mercado, y un imprevisto ataque de la aviacion fascista lo obligó a tirarse a la cuneta, para salvar la vida. Adios tortilla, vuelta polvo.

Tenía un hermano menor, Gustavo. De ahi mi nombre: Juan por papá. Gustavo por el tio. Trabajó toda la vida en el Ayuntamiento de Penagos. Le gustaba la historia, las revistas y los periódicos. Vivía en una austeridad extrema. No tenía nevera y quizas su mayor tesoro consistía en ediciones ilustradas de El Quijote y otra de Platero y yo. Cuando murió yo estaba en España y sin poder llegar a su entierro fui de Madrid a Santander para ver que se hacía con sus cosas, pues no tuvo hijos. Cuando llegué un día después del entierro la casa ya habia sido saqueada, su legendaria máquina de escribir robada y dos curas amigos habían retirado del Banco dinero de sus cuentas de ahorros que ascendian a casi dos millones de pesetas.

La casa era vieja y sólida, de piedra, típica de la región, al borde de la carretera. En invierno el ganado se metía en un gran cobertizo, a la entrada de la casa, alli guardaba leña y carbon y viejos periodicos. El ganado, protegido del frio externo, ayudaba a calentar a los habitantes del caserón : Gustavo y Tere, su esposa, una risueña vasca. Como sería de fuerte el frio y de grande el hambre en un pueblito de provincia de la España franquista, en la postguerra. Al subir al segundo piso por una recia y tosca escalera de madera, en uno de los cuartos, un gran mueble, cerrado por una sabana de colores sostenida por una cuerda, guardaba cuidadosamente ordenados en perchas todos los trajes que papá había mandado a Gustavo desde que llego a Colombia. Recordé cómo metidos en grandes bolsas grises había que llevarlos desinfectar primero para luego enviarlos por barco a España. Cuando mejoraron un poco las cosas, religiosamente todos los años, Gustavo enviaba también por barco turrones de Alicante : duro, blando y mazapanes.

Los enviaba con meses de anticipación, en perfectas cajas preparadas por él y amarradas con fuertes hilos. Veo aún los sellos rojos de lacre, los certificados postales y las manchas que el aceite de las almendras iba formando. Nos encantaban en Navidad y mamá aun los recuerda "como melcochas duras que habia que partir con cuchillo y martillo". Tambien venia un quinto de la lotería navideña. Allí también, en esa gran casa húmeda, estaban cuidadosamente ordenadas todas las cartas que cada quince dias, durante 50 años, se enviaron los hermanos, sin volverse a ver, salvo en una ocasión, en 1950, cuando mis padres, conmigo y un baúl, viajaron a Europa y se encontraron sobre el puente de Hendaya, en la frontera España-Francia. Gustavo se enfermó por la emoción y papá de seguro tenía miedo de regresar.

Amarradas, clasificadas, las de Gustavo en copias como buen escribiente del Ayuntamiento, las de papá en sus originales, escuetas, casi taquigráficas, en papeles leves u hojas arrancadas de un cuaderno o una libreta, a máquina, con alguna correcion a mano que corroboraba su nerviosa impaciencia. Apenas lacónicas noticias sobre la salud, algún viaje, el crecimiento de Juan Tavi.

Las del tío Gustavo, más largas y reposadas, contaban historias del pueblo, de Lierganes y Cabarceno, de Santa Maria de Cayón (lo cual no dejó de llamarme la atencion pues los apellidos de papá eran Juan Fernando Cobo Cayon Obregón Cuartas) y traslucían ambas, las sintéticas y las a veces líricas, un cariño inalterable. Y un asumido tono de resignación ante los hechos y los achaques. Que habria pasado con aquel buen hombre del cual no se volvió a saber nada o de aquellas farmaceutas que se habían instalado en Santoña.

Esta es la historia : 50 años de cartas y la casa derribada para convertir la carretera en autopista. Esta es la historia : el cementerio del arenal de Penagos donde se recuerda un celebre antepasado, Obregón, que desaparecio en Mexico, peleando quiza en la revolución mexicana, uniéndose a una nueva mujer, no dejando ningún rastro. Esta es la historia. Mi historia.

Juan Gustavo Cobo Borda

©2010