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El Minotauro era insaciable. Devoraba mujeres, hijos, amigos,
estilos. Todos quedaban atrapados en sus laberintos. Miraba atrás,
siempre nostálgico de su España natal. Embestía contra lo
consabido, para romper así las convenciones del arte y su ordenada
sala de visitas: el realismo.
De Las señoritas de Aviñon a Guernica la casa estalló en pedazos y
Picasso fue dueño y señor del ruedo donde se combatía contra las
ilusiones de la mirada.
Una catarata de libros sobre ese ser inabarcable nos abruma y
desconcierta hoy en día, con su alud de variados puntos de vista.
Es como si su imagen se hubiese convertido en un abigarrado
collage cubista: ojos de frente y de perfil, nariz que se
superpone al crear un nuevo rostro sobre el rostro ya consabido.?
Norman Mailer, el novelista norteamericano, nos da su
Picasso-retrato del artista joven (Alfaguara, 1997), basándose
ante todo en los recuerdos de su primera mujer, Fernanda Olivier.
Aquellos heroicos inicios del siglo XX en Montmatre, cuando la
pobreza adelgazaba los perfiles y los estilizaba en rosas y
azules. Cuando una sexualidad montaraz desgarraba las apariencias.
John Richardson, por su parte, en El aprendiz de brujo (Alianza
Editorial, 2001) lo retrata, ya célebre y octogenario, en una
Provenza de vida social y corridas de toros, rodeado de sus
áulicos: Jean Cocteau, Luis Miguel Dominguín, Lucía Bosé.?
Disfruta de su gloria, pero manipulador hasta el fin, sigue
enredado en los pegajosos hilos de su machismo inveterado. De un
deseo que al agonizar se exaspera. Aquel que desenmascaró otra de
sus mujeres, Francoise Gilot en Vida con Picasso (Ediciones B,
1998) donde quedaron consignados, por cierto, muchos de sus
juicios, perspicaces y esclarecedores, sobre la pintura.
"Le pregunté qué opinaba de Delacroix. Sus ojos se entornaron y
replicó: - Ese bastardo. Es realmente muy bueno".?
Pero los diez años de vida compartida con quien también se
consideraba pintora, y los dos hijos, no tienen la desprevenida
frescura con que el fotógrafo rumano Brassaï tomó atenta nota de
sus conversaciones con Picasso a partir de su primer contacto en
los años 40, para fotografiar sus esculturas. Por ello estas Conversaciones
con Picasso (Turner-Fondo de Cultura Económica, 2002)
merecieron del pintor estas palabras: "Si alguien quiere
entenderme, debe leer este libro".
El fotógrafo que inmortaliza al París nocturno de prostitutas,
chulos y modelos de artista, y quien fuera a su vez amigo de
Matisse, Prevert, Michaux y Henry Miller, era el interlocutor más
adecuado para develarnos a Picasso. Ni rival ni amigo íntimo, su
afectuosa distancia nos trae toda su energía creativa. Su tesón,
sus caprichos y sus furias. La inteligencia de sus ojos únicos.
Rodeado de poetas que le enseñaron a pensar la pintura
(Apollinaire, Max Jacob, Eluard, Cocteau) recorrer de la mano de
Brassaï los apartamentos, casas y castillos, que jalonaron su
trayectoria vital como pintor, es una experiencia única. No solo
vislumbramos la riqueza de su ascenso social sino que gracias a
las fotos, densas en la oscuridad reveladora del blanco y negro,
comprendemos cómo todos ellos no fueron más que escenarios
transitorios para ejecutar, solitario, su danza ante el lienzo.?
Papeles, marcos, bocetos. Lienzos suyos y de los pintores que
admiraba, queriendo suplantar y robar sus secretos, cajetillas
vacías, chécheres, o rotos manubrios de bicicleta; todo sería
motivo de inspiración. Detonante para una explosión creativa que
aún no termina. Hasta el final, en camiseta, continuaba
destruyendo el mundo para crearlo nuevo, ávido aún por atrapar lo
imposible: él mismo. Con razón le confesaría a Brassaï, en este
libro único: "Realmente, he frecuentado poco mi rostro". El mundo
era el que lo había hechizado.
Conversaciones con Picasso
Brassaï
Turner- Fondo de Cultura Económica
Juan Gustavo Cobo Borda
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