|
Diego Obregón, hijo mayor del maestro, y Luis
Fernando Pradilla, director de la galería El Museo, en Bogotá, han
emprendido la épica tarea de establecer el catálogo definitivo y
razonado de la vasta obra de Alejandro Obregón, que bien puede
rondar las 5.000 piezas. No solo se logrará así combatir el plagio
y las falsificaciones, sino que, en los varios volúmenes
que esta tarea demanda, se podrá sustentar
mejor la importancia capital de su importancia capital de su
aporte al arte colombiano del siglo XX.?
Apreciando algunos de estos imprevistos rescates, retomando el
hilo de su fecunda trayectoria, estos apuntes acompañan el primer
volumen de esta fundamental empresa.?La personalidad de Obregón
resultaba afirmativa: rotunda, viril. Pero las perplejidades, las
dudas, los silencios, también eran parte esencial de su carácter.
Pertenecía a una familia de recursos, en un país de pobres
irredimibles, pero había optado por un oficio que lo colocaba en
el azaroso mundo de la bohemia. ¿Qué significaba ser pintor en la
Colombia de entonces? Retratos académicos y algún encargo público.
Aun así defendió su opción, con terco coraje, y muy pronto fue
reconocido. ?
Se había educado en el exterior (España, Inglaterra, EE UU) y
había sido tan vicecónsul ad-honorem en Barcelona como juvenil
director de la Escuela de Bellas Artes en Bogotá. En medio de
estos avatares, fue desbronzando un mundo propio. La
incorporación, por fin, de una furiosa naturaleza al marco de
aquilatadas decantaciones plásticas. El mundo de Cezanne, el mundo
de Picasso, el de sus admirados amigos latinoamericanos: Tamayo,
Lam, Matta, Szyslo.? ?
El mundo de ese bodegón que cultivó toda su vida, donde la
mesa-horizonte le permitió ofrecer su reiterado repertorio: una
copa, una patilla, un mangle, una iguana, una flor carnívora, una
mojarra, un alcatraz, una barracuda, un chivo, un gallo. Formas
que llegaban a componer, en rigor geométrico, o en énfasis
gestual, su vibrante armonía. El color, que celebraba la vida, era
también en su pintura una dilatada agonía. Por ello, sus pigmentos
determinantes siguen siendo el rojo y el gris. ?
En todo caso, aquellos seres que pintaba, y sobre los cuales
siempre volvía, también eran heridos por el rayo inmisericorde de
la violencia. El cuerpo de un estudiante tasajeado sobre la
escueta mesa. El paisaje elegiaco de una mujer preñada. El fúnebre
cielo rasgado por un trueno de luz.??
Parecía querer estar allí donde sucedían las cosas: el 9 de abril,
el 10 de mayo, el avión caído en que murió su amigo el poeta Jorge
Gaitán Durán, los adioses al Che y a Camilo Torres. Pero el
anverso de este rostro público, de participación y denuncia, era
su conventual estudio en la calle de La Factoría en Cartagena de
Indias. Su anterior cuarto de altos techos en la calle de San Blas
en Barranquilla. Se aislaba para escuchar mejor la algarabía del
mundo. ?
Era un intuitivo, amante de los azares del destino, pero era
también un guerrero que vencía su espantoso miedo íntimo liándose
a puños o enfrentándose a una vaquillona en una corrida. Riesgo,
coraje, valentía, que se tradujo muy pronto en la dimensión épica
de su pintura: los toros, los cóndores, las blancas cimas más
altas de las cumbres andinas, el ígneo cráter de los volcanes y el
vértigo enloquecido de los ciclones del Caribe borrando de la
tierra las vanas pretensiones del hombre por domesticar un trópico
que todo lo consume, exigiendo su refundación perpetua cada día.?
?
Por ello, algunos de sus cuadros más enigmáticos y profundos nos
hablan desde el fondo del océano de la geología marina, de islas
que surgen de la oscuridad del génesis, allí donde la luz es aún
parte de la maciza tiniebla. Su pintura nacía con el impulso y
quería vencer, con el calor original, el intolerable límite. Algo
que compartían sus valiosos amigos de generación, Gabriel García
Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Álvaro Mutis o Alfonso Fuenmayor,
primer cronista del grupo. El texto de García Márquez Obregón,
o la vocación desaforada, incluido en sus Notas de
prensa, muestra cómo el desmadre vital de todos ellos no estuvo
nunca disociado del rigor artístico. Cambiaron una cultura
santurrona y represiva por un espacio más fraterno y emotivo,
donde la costa dialogaba con el interior, el vallenato, el porro y
la cumbia con el bambuco y las aves de Obregón, en el Consejo de
Ministros o en el Congreso de la República, infundieron vitalidad
al apagado cóndor de nuestro escudo. ?
Había una poderosa cautela en su ademán fraterno. Un fino tacto
para seducir y acompañar, para proteger y establecer claras
distancias. No le gustaba ser manoseado, por la atrevida
ignorancia, pero supo captar el latido esencial de la naturaleza
colombiana al velar el rostro de sus mujeres e identificarse con
la figura de Blas de Lezo, tan herido como él, tuerto, manco y
cojo, y tan capaz de ir más allá de él, para seguir pintando. Dos
frases suyas, en su homenaje a Hernando Lemaitre, lo definen a
cabalidad: ?La naturaleza fue
creada casi exclusivamente para ser pintada? y ?El
arte, además, sirve para vivir después de morir?.
Juan Gustavo Cobo Borda
|