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Semblanza
Con su boina, y la picardía insolente en la mirada, Fernando
Charry Lara mantenía una ecuánime apariencia de abogado en retiro
y cumplido catedrático de literatura. Pero por debajo de esa
pulcra figura alentaban los demonios felices de la poesía. Solo a
ella fue fiel toda su vida.
Las deletéreas y adorables criaturas lo seducían con sus
espejismos y sus versos, apenumbrados y medidos, le rendían
constante tributo. Amaba quizás por ello los suburbios, los
hoteles de paso, la llama incandescente del alcohol y la traviesa
energía del juego erótico, tan risueño como devorador. Tenia
gracia y humor, y había vivido lo suficiente para desconfiar de
este país de eminencias pedigüeñas. Como abogado de Cicolac sirvió
a los suizos con integridad, y recorrió el país, entre juzgados,
políticos y notarias. Pero siempre dejaba un margen, como Wallace
Stevens en su compañía de seguros, para tener a mano un libro de
ensayos literarios o un volumen de buenos versos como la antología
Laurel ,una de sus preferidas.
Liberal sin estridencias, recordaba los excesos hirsutos de una
intolerancia clerical que obligaba a los cortertulios bohemios de
los cafés bogotanos a cortarse las corbatas rojas y tragarselas
delante de los esbirros. Le apenaba la mediocridad escandalosa de
nuestros días, pero en la música clásica y en la ceñida biblioteca
de su apartamento de la calle 94 de Bogotá encontraba interlocutor
y alivio. Bien podía ser la antología de Gerardo Diego con toda la
generación del 27 o Laurel, de 1941, preparado por Emilio Prados,
Xavier Villaurrutia, Juan Gil Albert y Octavio Paz. De allí
emanaba la misma música que hizo conmovedores sus versos:
"Esbelta sombra dulce, sombra con ademan de
entrega,
cuerpo en forma de cielo y sueño, reposas en el
aire,
rompes el silencio con el corazón a borbotones,
pero me dejas en suspenso extraña,
solo palpitación, solo deseo,
hallazgo imprevisto de mi destino ignorado".
Un destino por cierto, que se había forjado desde muy joven. La
alegría de leer, la celebérrima cartilla Charry era fruto
familiar, y su padre, siendo niño, le llevo a la velacion del
cadáver de Jose Eustasio Rivera. A el, lo mismo que a Jose
Asunción Silva y a Eduardo Castillo le rendiría culto razonado,
muy consciente de la tradición de la cual formaba parte. A ella
vale la pena referirse por un momento.
Tradición critica
En los años 1936 y 1940 Jorge Rojas, quien representaba el ron
Bacardi en Colombia, financio y patrocino unas entregas
quincenales de poesía.. Pequeñas plaquetas a través de las cuales
irrumpió una nueva generación. La que conformaban Jorge Rojas,
Arturo Camacho Ramírez, Eduardo Carranza, Gerardo Valencia, Tomas
Vargas Osorio, Darío Samper y Carlos Martín. En la dedicatoria de
la reedición del Territorio amoroso de Carlos Martín, segunda
entrega fechada el 25 de septiembre de 1939 escribió Jorge Rojas
de su puño y letra:
"Como ves este es el titulo de la segunda
entrega que se la dedique a Carlos. Todavía no nos llaman
piedracielistas. Eso vino a la altura de la cuarta entrega por
Juan Lozano".
Juan Lozano quien los considero disociadores de la nacionalidad.
Cuando en realidad no eran mas que ávidos lectores de ese
neurótico hipocondriaco y gran poeta que era Juan Ramón Jiménez. Y
de los felices hallazgos verbales, en el soneto, en formas
gongorinas, de figuras como Pedro Salinas y Jorge Guillen, los
profesores. Solo que otros, como Darío Samper y Arturo Camacho
Ramírez, se inclinaban mas bien por los romances civiles de
Federico García Lorca y la torrencial enumeración expresionista
del mejor Neruda, el de Residencia en la tierra.
El adolescente Charry viviría así muy de cerca esta eclosion
creativa, máxime si tomamos en cuenta que el suplemento literario
de El Tiempo era dirigido por Eduardo Carranza, con quien siempre
mantuvo fiel amistad, al margen de las proclividades fascistas de
Carranza, y sus adhesiones a los regímenes conservadores del
momento. Dio cabal testimonio de ellos en 1983 cuando Charry
selecciono y prologo para el Fondo de Cultura Económica de México
una antología de Eduardo Carranza titulada : Hablar soñando. El
mas equilibrado rescate del gran poeta que fue Carrannza, lejos de
sus retóricas veleidades nacionalistas y de sus demasiado
vehementes simpatías por la España de Franco.
Como es natural, al hablar de Carranza, Charry Lara termina por
hablar de si mismo. A "los arquetipos colombianos ( que) abundan
en orden, mesura y reposo" (p.8), propone otros: el matiz, la
sugerencia, la ambiguedad. Pero sin desdeñar nunca "buen gusto",
"gracia verbal", "lucidez" (p.20).
Una lucidez que se ahondaría en esa suerte de neo-romanticismo
surrealista de la poesía de Vicente Aleixandre y la exploración,
histórica y espiritual, a la cual Luis Cernuda sometería su verso,
en las sucesivas reediciones de La realidad y el deseo. En las
cincos "Cartas de Luis Cernuda" que Charry publica y presenta en
el No.34, junio 1996, de Gaceta Colculura, puede seguirse a partir
de abril de 1948, el valido modo, a través de reseñas y ensayos,
como el poeta colombiano pensó sus admiraciones y fue dando forma
a su concepto de la poesia. Un concepto que se hizo publico a
partir de la edición de sus primeros poemas en el cuaderno No. 5,
1944, de las ediciones Cántico dirigidas por Jaime Ibáñez.
CÁNTICO.
Si el ya legendario Cántico de Jorge Guillen había tenido su
primera edición en 1928 sus sucesivas y ampliadas reediciones
incidieron, no hay duda, en el fervor inicial por la poesía de
estos jóvenes que veían a "Piedra Cielo" como sus mayores e
intentaban perfilar una voz propia. Los trece cuadernos de Cántico
son reveladores de sus intereses:
1) Jaime Ibáñez
2) Francisco Luis Bernardez
3) Andrés Holguin
4) Rainer María Rilke
5) Fernando Charry Lara
6) Paul Valery
7) Aurelio Arturo
8) Federico García Lorca
9) Jorge Rojas
10) Pablo Neruda (1946)
11) León de Greiff (1947)
12) Vicente Gerbasi
13) Julio Barrenechea (1947)
13) Porfirio Barba Jacob (1948)
Tal como puede verse en la reciente recopilaciones de escritos
críticos de Jorge Gaitan Duran y de los debates que, desde el
suplemento literario de El Tiempo, dirigido ahora por Jaime
Posada, se adelantaron. Allí la nueva generación (Jorge Gaitan
Duran, Daniel Arango, Fernando Arbelaez, Alvaro Mutis, Andrés
Holguin, Fernando Charry Lara) comenzaron a plantearse sus dilemas
estéticos y sus opciones de lectura ante la mirada, no por
generosa menos severa, de Hernando Téllez. Quien terminaría por
llamarlos “cuadernicolas”, ante su propensión a las pequeñas y
minoritarias ediciones como eran por ciertos estos cuadernitos de
Cántico de 23 paginas apenas. Ya abogado y por entonces director
de la Extensión Cultural de la Universidad Nacional, donde se
había graduado, los versos de Charry Lara avanzaban dubitativos y
perplejos y en ellos, como en su formal primer libro: Nocturnos y
otros sueños (1949), con prologo de Vicente Aleixandre, la palabra
se tiende y se retrae, se proyecta y vacila, al intentar apresar
una realidad fugaz:
"He venido a cantar sobre la tierra
las cosas que se olvidan o se sueñan",
y añadirá a esas dos realidades elusivas y deformantes, olvido y
sueño, la pregunta auroral con que todo poeta joven se interroga
sobre su intento:
"¿Será así la vida inexpresable como el mar?"
Mirada verbal del poeta, en pos de su lenguaje. Insomnio y
lejanía. Sonámbula vigilia. Olas que golpean en playas remotas y
noches que amparan y cobijan fantasías y evasiones.
La necesidad de un cuerpo: el cuerpo del amor y el cuerpo del
poema, imaginado por un adolescente. La palabra sugiere pero no
define del todo, y la música busca y tantea en pos del acorde mas
intimo y diciente. Interiorizar el mundo y expresar, en el
contorno, el latido personal. El paisaje termina por girar en un
torbellino alucinado y el campo se hace nostalgia pura:
"Ame yo un claro cielo de la tristeza sedienta
Como la pesadumbre de los atardeceres".
La noche, con su magnetismo insondable, fascina y atrae, y en
ella, bosque de respiraciones, abrazo en la sombra, se da el
encuentro siempre ansiado. Pero ese fulgor, ese destello, cae de
nuevo en la oscuridad, y un hálito de taciturna tristeza permea al
final todo el conjunto:
"Mirame aun, pero recuerda
Que se olvida".
LA PASIÓN POÉTICA.
Cierta forma de componer, próxima a los modos de Aurelio Arturo,
estaba allí presente y solo en los poemas de su segundo libro: Los
adioses (1963) su trabajo se hace mas nítido e imperioso: el del
sonámbulo que recorre la ciudad - calles , esquinas, bares,
hoteles, suburbios -, para caer de nuevo junto a ese cuerpo que
alberga "La rebeldía del ángel súbito".
Pero curiosamente aun cuando la mencione con nombre propio esa
ciudad no es solo Bogotá. A ella se superponen sus lecturas, tanto
Baudelaire como quizás Apollinaire. Y, sobre todo, dos poetas
mexicanos : Xavier Villaurrutia y Octavio Paz. En su "Nocturno de
los Ángeles" lo había expresado Villaurrutia en estos términos:
"Si cada uno dijera en un momento dado,
en una sola palabra, lo que piensa,
las cinco letras del DESEO formarían una enorme cicatriz luminosa"
Esta cicatriz convierte a la ciudad en un enigma, el de una
soledad crucificada de tentaciones. El de ese laberinto donde como
proclama Octavio Paz en "Noche en claro" es el pensamiento el que
abre las puertas en los muros y encuentra incandescentes
fragancias femeninas en los reclinados cuerpos de la espera. Al
despertar abraza un fantasma: el mismo. La voz que le ha dictado a
Charry esos versos tan lunares como ardidos y que mas tarde, en un
poema sobre la voz ajena, le demostrara como aun en el refugio
amurallado el milagro del coloquio amoroso puede ser roto por ese
vacío exterior que irrumpe por medio de frases vacuas.
Inautenticidad y tontería.
Pero ese destino ineluctable es el de la poesía moderna. En Mito,
en Eco, en la Radio Nacional, dio muy cumplida cuenta de ella.
Reseño con simpatía toda la poesía latinoamericana del momento, de
Enrique Molina a Juan Sánchez Peláez, de Tomas Segovia a Juan
Liscano, y en su libro, Lector de poesía (1975) nos demostró como,
de Sor Juana Inés de la Cruz a Jorge Luis Borges, tenemos ya una
tierra propia. Un humus nutricio del cual Charry Lara se sentía
parte, a mucho orgullo.Sin embargo una clase dirigente traicionera
y siempre dispuesta al mejor postor encendía sus mas acerbas
criticas. Dolor de Colombia y su violencia y ese
latinoamericanismo de buena ley son otras señales valiosas de su
tarea critica.
También allí en Los adioses, la petra mudez de la violencia, en
esos cuerpos yacentes en una llanura de Tulua, lo obligaban a
reflexionar sobre esas dualidades siniestras que presidían nuestra
vida como colectividad y el papel de los intelectuales ante una
crueldad programada. No parecían justificables los esfuerzos de la
poesía y de la critica ante un país que fingía interesarse por la
cultura y al cual solo animaba la avidez interesada del dinero y
el poder, con su río de sangre siempre presente. Ante esta
mutilación anímica el silencio parecía imperativo pero los versos
asomaban pugnaces y rebeldes:
"Los días tramposos gastandole
van sueños y años
Si bien en recompensa
le dejaran por fin libre de intrigas".
Así lo dijo en su elegía por Rivera. Como el, también murió en los
Estados Unidos pero nos quedan las menos de cien paginas,
luminosas y estrictas, de su Poesía reunida (2003). Un hermoso
legado.
Juan Gustavo Cobo Borda
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