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En
1950, José María Arguedas (1911-1969)
publicó un ensayo titulado "La novela y el problema de la
expresión literaria en Perú", allí
Arguedas se confiesa:
"Una bien amada
desventura hizo que mi
niñez y parte de mi adolescencia
transcurrieran entre los indios lucanas;
ellos son la gente que más amo y
comprendo".
Caracteriza
la novela que se escribe "en estos países
descendientes del Tahuantisuyo y España", así:
"La novela en
Perú ha sido
hasta ahora el relato de la aventura de pueblos y no de
individuos. Y ha sido predominantemente
andina".
Y
como esa novela de los llamados "pueblos grandes", capitales de
provincia de la sierra, se sustenta en cinco personajes principales:
el indio
el terrateniendte de corazón
y mentes firmes
el terrateniente nuevo, "tinterillesco y
politiquero"
el mestizo de pueblo
"áulico servil de las autoridades"
el estudiante provinciano, que tiene dos
residencias, Lima y su pueblo
Para concluir : "Indios, mestizos y terratenientes se trasladaron a
Lima y dejaron sus pueblos más vacíos e
inactivos, desangrándose".
Afronta entonces Arguedas su primer y más grande dilema:
¿como representar sin traicionarla
"una
cosmovisión quechua en
lengua castellana"?
¿Como es posible
"realizarse,
traducirse,
convertir en torrente diáfano y legítimo el
idioma que parece
ajeno; comunicar a la
lengua casi extranjera la materia de nuestro espíritu"?
Intérprete
y mediador entre el quechua y el
español, entre la sierra y la costa, en ese mundo
multicultural que es el Perú, termina por aceptar
"el castellano
como medio de
expresión legítimo del mundo peruano de los
Andes; noble torbellino en que
espíritus diferentes, como forjados en estrellas
antípodas, luchan, se atraen,
se rechazan y se mezclan, entre las más altas
montañas, los ríos más
hondos, entre nieves y lagos
silenciosos, la helada y el fuego".
El hijo de un abogado provinciano, cuya madre moriría en
1914, cuando tenía tres años y cuyo padre se
casaría por segunda vez, en 1917, lo lleva a vivir una
situación familiar conflictiva como dice uno de sus
estudiosos:
"José
María es
frecuentemente maltratado y se le obliga a convivir con los indios al
servicio de su madrastra,
dueña de grandes haciendas en la sierra".
De tal situación surgiría su primer relato,
publicado en 1933 y titulado "Warma Kuyay" (amor de niño)
Ernesto, de 14 años está enamorado de Justina,
"sus pechitos parecían limones", pero él sufre
pues la siente de Kutu, " de este cholo con cara de sapo". Pero este le
hace aún más daño,
revelándole como "Don Froilán la ha abusado".
"La hacienda era de Don Froilán y de mi tío.
Tenía dos casas. Kutu y yo estábamos solos en el
caserío de arriba". Inmersos en la naturaleza, con el cerro
medio negro, el "Chawala", allí enfrente, cerro que
atermorizaba, y al cual, por la noche, los indios nunca lo
miraban" y
en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas al cerro",
descargarán su rabia impotente contra el patrón
martirizando a sus animales. Odio y ternura en indiscernible
fusión. También los cantos, bailes y
poesía ya surcan esas primerizas página, en una
constante de toda su obra. Un desarraigado que perdería
aquel paraíso-infierno para añorarlo siempre.
"Hasta que un
día me
arrancaron de querencia, para traerme a este bullicio donde
gentes que no quiero, que no comprendo".
Lo que Mario Vargas Llosa, en el libro clave sobre Arguedad, titulado
La utopia arcaica, relaciona dentro del amplio debate sobre indigenismo
e hispanismo en el Peru. Y sobre las raices indigenas que determinaran
su narrativa desde esos legendarios mitos incaicos de los cuerpos
desmembrados que se reconstruyen bajo tierra y que resurgen como un ave
fenix.
De allí su poesía en quechua, sus cuentos, sus
tres grandes novelas Los riós profundos (1959), Todas las
sangres (1964), El zorro de arriba y el zorro de abajo (1971) donde
cambia de escenario y se centra en el puerto de Chimbote, el de mayor
crecimiento en todo el pais, y sus múltiples estudios
antropológicos y de folclor, como su libro donde contraste y
emparienta Las comunidades de España y el Perú
(1968), hasta llegar a su suicidio, en un bañode la
Universidad Agraria la Molina para no errar el tiro frente al espejo,
con un revólver calibre 22, donde durante tantos
años fue profesor e investigador. Previó y
ordenó con desesperada lucidez todos los pormenores de su
entierra, en testamento público, y pidió que un
músico indígena, Máximo
Damián Huamaní tocará con su
violín, para resucitar quizás sus momentos de
felicidad cuando compartía con los músicos la
chicha y bailaba el huaino, y volvía a sentirse indio y
blanco a la vez, sin estar desgarrado entre los dos. Que no haya rabia.
Que la conciliacion lleve a la concordia. Y que ese silencio lleno de
latencias siga cobijando una obra única.
Juan Gustavo Cobo Borda
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