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Groucho Marx LA CRITICA DE CINE, una historia en textos. pg .88 Juan Gustavo Cobo Borda |
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Qué hemos aprendido en Groucho? La desfachatez, la insolencia. Todos los seres pomposos han sido escarnecidos en la estrepitosa serie de escenas que jalonan las 12 mas 1 películas que hizo con sus hermanos. Del 29 al 49; de The Cocoanuts (Los cuatro cocos) a Love happy. Llenas de tiempos muertos -empalagosos cantantes y arias insoportables; Harpo tocando el arpa, Groucho se desliza en medio de ellos como una ráfaga. Formula las mas exaltadas declaraciones e inquiere, con cara de palo, por la cuenta bancaria de la agraviada. Una hora y diez minutos, el tiempo promedio, se convierte entonces en la serie ininterrumpida de gags. No nos acordamos del resto: argumento, pericias, actores secundarios. Sólo quedan los bigotes de Groucho y sus réplicas fulgurantes; el aire de soñador apócrifo y los trucos del tahúr de barriada. El carácter impertubable, reverso adecuado para su total falta de carácter. Su apariencia, por otra parte, resulta intrínsicamente sospechosa; contaminando, de paso, todos los oficios que ejerce: abogado, rector de la universidad, presidente de la república, veterinario. Pero tal desgracia -trabajar- no altera su aspecto: ni artritis en las rodillas, n tabaco que produce cáncer. Con los ojos falsamente desorbitados será capaz de seducir una vez más, a la sufrida Margaret Dumont, heroina de tantas batallas. La misma que al final de Duck soup (Heroes de ocasión), 1933, recibe como premio a su abnegación una lluvia de frutas. " Soy joven y quiero diversión, quiero reír, quiero bailar y que la danza emerja llenándolo todo. Quiero reír, cha-cha-chá": el atleta impetuoso que con Thelma Todd salta por encima de las camas en Monkey business (Pasajeros sin pasajes), 1931 (al parecer se trata de un tango) es el mismo hombre sabio y reposado que minutos más adelante hará la más honesta petición de amor: Señora Briggs, conozco y respeto a su marido hace muchos años y sé que lo que es bueno para él es bueno para mí". Esta mezcla de desenfreno y hastío resulta fascinante; y es su proseguido irrespeto lo que le permite desbaratar cualquier farsa, llámese sociedad, cultura o educación. "Cuanto más felices serían los niños si los padres tuvieran que comer las espinacas", dictamina en Animal crackers, 1930. Trastocando lo habitualmente acceptado; convirtiendo la identidad, el lenguaje y la lógica en tres pretextos apenas buenos para burlarse de ellos, Groucho comunica a sus mejores parlamentos una ferocidad exacta. Con razón en Horse feathers (Cuatro del mismo palo), 1932, canta el que bien puede ser su himno de combate: "No sé lo que tenga que decir. Pero aún así no importa. Sea lo que sea estoy en comtra". Rápido, desbordante, con los faldones de su chaqueta que siempre quedan flotando, Groucho irrumpe como una exhalación pero no por ello pierde, en ningún momento, su lucidez. Cae así en el más delirante de los raptoa amorosos: "pienso, piensa, esta noche, esta noche, cuando la luna se arrantre entre nubes, yo me arrastraré hasta ti. Te veré esta noche bajo la luna. ¡Oh, peudo verlo en este momento! ¡La luna y tú!", para agregar luego, como posdata: " ponte una corbata para que pueda reconocerte". The cocoanuts (Los cuatro cocos), 1929. Jamás se aprovecha del impulso adquirido: lo refrena, bruscamente, adoptando otra pose; estableciendo una irónica complicidad con los espectadores. El mejor momento es quizás el de Horse feathers (Cuatro del mismo palo), cuando Chico se lanza a su acostrumbrado número de piano. Groucho, resignado, sedirige al auditorio: " Yo tengo que quedarme aquí, pero no hay razón para que ustedes no salgan al vestíbulo mientras pasa todo esto". Erudito inútil, combina los refinamientos del intelectual con los gustos plebeyos de la cultura de masas: es capaz de aullar como Tarzán y parodiar a Eugene O'Neill asegurándose (Anight at the opera -Una noche en la opera-, 19350 de llegar al final del concierto para así no escuchar ni una sola nota. Pero es evidente que todo esto son asuntos secundarios. Lo que cuenta es su invariable desdén ante la multitud de mezquinas convenciones que lo rodea. En Go west (En el oeste), 1940, Chico pretende recurrir al teléfono. Groucho, enfático, le aclara: Estamos en 1870, y éste aún no se ha inventado". Trato de decir, apenas, que el mundo de Groucho es inagotable. Desde los oscuros años de la depresión cuando el vodevil y los teatros suburbanos acogieron sus primeras muecas, hasta cuando el cine convirtió su estilo ya depurado en algo inolvidable, lo fue edificando a partir de una base muy clara: como lo expresó Forster con respecto a Cavafy: ocupando una posición ligeramente oblicua en relación al resto del universo. Fiel a sus principios, estuvo involucrado hasta el final en turbios asuntos con rubias despampanantes, solo que en el último acto los papeles se invirtieron: era ella la que quería quitarle el dinero. Y fue de seguro la sequedad de su humor judío, como lo demuestran sus escritos (1), la que le permitió soportar los estupidos años de Eisenhower, "el único soldado desconocido vivo", y los aun más oprobiosos de Nixon, ese truhán desenmascarado. Sobrevivió, con su habitual desparpajo, al peso de la gloria, y en la primavera del 68 su nombre, sobre los muros franceses, recibió justo reconocimiento. Sólo que esta época no es digna de sus sarcasmos: carece de brillantez y de gracia. Había nacido de 2 de octubre de 1895 (Libra, por supuesto) y las vacaciones de que ahora disfruta están plenamente justificadas: suscitó tantas risas; produjo tantas carcajadas. Muchos seguirán viendolo como el doctor Hugo Z. Hackenbusch, el mismo que en A day at the races (Un día en las carreras), 1937, probó, en forma irrefutable, que un médico de caballos es la persona mas adecuada para tratar señoras hipocandríacas; o como el cantante que en el vagón del ferrocarril (At the circus (un día en el circo), 1939) modula, con obscenidad picaresca, las estrofas de Lydia, la dama tatuada. Para no incurrir en la nostalgia, prefiero terminar con sus propias palabras. Como dijo el editor de Look, en carta fechada el 1 de febrero de 1951: "En realidad soy un estudiante de edad madura, sediento de conocimientos y soledad, que lleva una vida ejemplar en un enclustrado ambiente de estudio". Juan
Gustavo Cobo Borda |
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©2011
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(1) Sus obras completas comprenden un primer libro titulado obviamente Camas, 1930; una serie de certeros concejos sobre el arte de evadir impuestos: Many happy returns, 1942; su auto biografía: Groucho y yo, 1959, de la cual hay traducción española (Tusquets, 1973). Memorias de un amante sarnoso, 1965, de la cual, al parecer hay traducción española:Anagrama, 1957. |