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"Decrépito treintón es abandonado por cincuentona
ardiente " (p. 138). Así se cierra este recuento de
más de quince años en la vida de José
Hilario López, joven que como barman norcturno conoce en su
establecimiento a Simona Escobar, mujer mayor de Medellín
con hermana gemela, casada con diplomático, y discreta en
sus aventuras.
"Lo que buscaba en sus adulterios era
sexo puro, alimentar el cuerpo de
su necesidad física de ser poseído, tocado,
transpasado. Nada de sentimentalismos, ni de cargas" (p. 70).
Pero algo sucedió que los llevó a estar unidos
más de lo prudente, desde un arranque incontenible que en el
primer capítulo del libro, "Ciento veinte horas y seis
semanas" nos arrastra con su escritura fascinada en el descubrimiento
mutuo. José Hilario López nos cuenta
así su impaciencia, sus pueriles ardides, sin saber que para
esa mujer de cuarenta y dos años él
sólo "era un objeto, un instrumento, un botín, un
dulce y desechable jovencito" (p. 35).
Salpicada de juegos de palabras, y de diálogos
rápidos e inteligentes, la novela ofrece también
un humor compartible, como cuando luego de tres noches y dos
días en una habitación de hotel, ninguno prende
el televisor:
"Dos seres que en el mundo coincidian en que no les intereba la
televisión: suficiente como para firmar un pacto de sangre,
o casarse, o darle la razón en todo lo que diga, o irse con
el otro hasta el fin del mundo" (p. 72)
A partir de afinidades como esta, y el acuerdo de los cuerpos en sus
encuentros, Simona termina por reconocer que lo ama (sin poder
decírselo). Ahora tendrá que cuidarlo, desde la
distancia, de su vida conyugal de diplomática por el mundo,
y sin "asediarlo hasta el ahogo", ni dejarlo suelto mucho rato. La
conclusión corresponde muy bien al carácter
festivo pero implacable de la descomplicada Simona Escobar: "Siempre ha
sabido que soy una perra. Pero ahora tengo que comportarme como una
zorra" (p. 75).
Pero el mundo acecha allí fuera: está la hermana,
Susana, que es su doble opaco, su hermano Bernabé,
que tiene algo de oso retraido y hace libros por encargo, con quien
desarrolla su amplia "Teoría adúltera del
equilibrio universal", que se resume en un "mediante el adulterio, se
preserva el matrimonio. El adulterio es una necesidad
fisiológica de la sociedad, una vía de
evacuación de líbido sobrante" (p. 139) y la
melancólica confesión del marido de Susana que
ahora revelaba estar enamorado de un hombre.
Luego del golpe y el llanto, se replantearon los roles, se trazaron las
nuevas reglas y se comentaría, con ironía:
"¡Qué civilizada pareja que somos, yo
contándote estas cosas!
-Somos civilizados porque no somos pareja - replicó ella
sonriendo" (p. 135)
El exponer su intimidad a otros seres, los celos, y la diferencia de
edades, terminarán por incidir en el desenlace previsible:
ella lo abandona, él sufre. Intenta el personaje al escribir
esta memoria de lo que pasó, sea en tercera persona, sea
como narrador omnisciente, cauterizar la herida, el ir comprendiendo
que el postrer encuentro en silencioso fervor erótico, era
"una despedida sin decir adiós. Un te amo o un te
amé sin decir ya no te amo".
Pero en realidad, la que perdura es Simona con su gracia, su
picardía y su avidez por cortarle a la vida su mejor
porción.
Esta novela fue galardonada con el premio José
María Pereda otorgado por el Gobierno de Cantabria,
Santander, España, con un jurado presidido por Almudena
Grandes,
en el
2010.
Juan Gustavo Cobo Borda
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