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"Vine
a Comala porque me dijeron que
acá vivía mi
padre, un tal Pedro Páramo". Estas líneas, ya
clásicas, fueron impresas el 19 de marzo de 1955 en el
volumen 19 de la Colección "Letras Mexicanas" del Fondo de
Cultura Económica. Las viñetas eran de Ricardo
Martínez y la edición de 2 000 ejemplares.
Desde su aparición, el libro se volvió
legendario. Que Rulfo no podía con él y que
colocando los capítulos en el piso trastocó el
orden lógico por asociaciones subjetivas, donde las muertas,
en el cementerio, conversaban entre si, tumba a tumba. Que el amigo de
Rulfo, y corrector del libro, el poeta Ali Chumacero, no le auguraba
mucho porvenir. Que Rulfo leía autores nordicos poco
conocidos como Halldór Laxness o Knut Hamsun o
suizo-franceses como Ramuz o una valiosa novelista chilena,
María Luisa Bombal, amiga de Borges cuya novela La
Amortajada fue publicada por Sur en 1938. Que esta novela, sobre un
cacique rural, era en palabras de Carlos Fuentes, publicadas en el No.
8, junio-julio de 1956, de la revista MITO, de Bogotá, la
prueba de como "Rulfo ha comprendido que toda gran visión de
la realidad es obra, no de la copia fiel, sino de la
imaginación":
La novela recobraba los 15 cuentos de
El llano en llamas (1953) e
inaguraba la leyenda. ¿Es cierto que RUlfo era alcoholico y
un trago más lo mataría? ¿ Que se
ganaba la vida vendiendo llantas Goodyear? ¿Que
pasaría sus ultimos años corrigiendo libros
antropológicos sobre las tribus mexicanas? ¿Que
era, tambien, un gran fotógrafo? ¿Que su
próxima novela, sobre la rebelicion cristera, iba muy
adelantada y se llamaria La cordillera? Antes de su muerte, en 1986,
Rulfo la dio por destruida. Como lo escribió Susan Sontag:
"Todos le
preguntaban a Rulfo porque no
publicaba otro libro, como si la meta de la vida de un escritor fuera
seguir escribiendo y publicando. En realidad, la meta de la vida de
todo escritor es producir un gran libro - es decir, una obra perdurable
- y es lo que hizo Rulfo. No merece la pena leer un libro una vez si no
merece la pena leerlo muchas veces".
Hay
que volver entonces a
esa prosa seca pero poética, donde
el habla campesina de la tierra se puebla de murmullos y el silencio
agranda las palabras sobre un horizonte árido, donde el
rencor y la violencia son las únicas fuerzas que mantienen
la vida. Donde la memoria y los remordimientos preservan la culpa, ese
pecado al cual le damos vueltas una y otra vez, dado que el infierno es
de hielo y necesitamos ese rescoldo para calentar un poco los huesos.
Admirable Rulfo, tan gentil, tan caballero, con su humor tajante y su
devastadora mirada, que contemplaba la comedia luego de haber retornado
de aquella tragedia, donde tantos de sus parientes habian sido
asesinados, empezando por su padre, muerto por el peón de la
finca.
"Despues de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro,
pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y
se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras". 156
páginas despues asi termina la novela. Oro y calaveras que
volvieron loca a Susana San Juan, el sueño imposible del
cacique que conquistó todo salvo el amor. Con la voracidad
por más tierras. Las tierras de la media Luna, con su
ancestral fatalismo, en la mera boca del infierno. Alli nos aguarda
Juan Rulfo, la ausencia más definitiva y palpable de la
literatura latinoamericana. Aquel, quien junto a Borges,
fecundó a tantos escritores y dio libertad, madurez y
autonomia a nuestras letras.
Juan Nepomuceno Carlos Pérez
Rulfo Vizcaíno
nació en Sayula, Jalisco en 1918 y encontraba los nombres de
sus personajes en la tumbas de los cementerios.
Juan Gustavo Cobo Borda
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