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Antonio
Ungar (Bogotá, 1974) nieto de un célebre
librero bogotano, ha ganado el premio Herralde de novela, promovido por
la editorial barcelonesa Anagrama, con su libro Tres ataúdes
blancos (2010).
Una delirante y espasmódica
farsa, a veces exultante, a
veces triste, sobre una república no tan imaginaria llamada
Miranda, con demasiados cruces con la realidad colombiana.
En todo caso, y desde su primer capítulo, el tono es
punzante y desfachatada. Han asesinado a Pedro Akira, candidato de la
oposición en Miranda, en contra del demasiadas veces
reelegido presidente, Dn. Tomás del Pito. Pero el
narrador-personaje, José Cantoná, vago y
alcohólico, se parece demasiado fisícamente a
Akira, el adalid de los pobres, para desaprovechar la oportunidad.
Un compañero de colegio y ahora asesor de los partidos
independientes "Jorge Parra se llamaba. Jorgito, para los amigos" (p.
41) decide llevarla adelante. Suplantar al difunto y así
quizás ganar las elecciones. Pero el minúsculo
(un metro y cincuenta y un centímetros) como se empecina en
llamar al presidente, no es un hueso fácil de roer.
En todo caso, el protagonista-narrador intenta en la clínica
compenetrarse mejor con el difunto Pedro Akira, a quien
representará al ocultar su muerte y ser líder del
Movimiento Amarillo. Comienza entonces por engañar a madre y
hermana de asesinado y con vendas, máscaras y tubos,
continúa su metamorfosis teatral, feliz la cúpula
de su grupo de la engañifa que montan. En ese
país de Escuadrones de la Muerte y Guerrillas Estalinistas
esta milagrosa recuperación terminará, como
tantos otros sucesos inverosímiles, en ser nada
más que un avance informativo en una realidad
sólo existente en radio y televisión, controladas
ambas por los amigos del presidente y sus jugosas regalías.
Pero la novela no sería novela si no aparece una
heroína, la enfermera Ada Neira, que con su amor transforma
al apático y errante protagonista. Terminará por
pronunciar discursos en frases tajantes y metáforas
ilusionadas. Se abre un futuro que este ser pasado de kilos intenta
concretar y así superar el desprecio de su madre muerta y su
padre vivo, resignado habitando del barrio La Esmeralda con sus
parsimoniosas colecciones de insectos y estampillas.
Pero el idilio se rompe con brusquedad: algunos del Movimiento Amarillo
lo traicionan y lo venden al siempre reelegido a cambio de unas
porciones del pastel del poder.
La novela enloquece feliz entre escoltas, atentados, fugas y chantajes,
que nos llevan a pensar si es posible narrar un mundo de horror con
algún sentido y una lógica, que sea incluso la de
novela considerada como un thriller cinematográfico y al
borde de la insania, en un mundo que no anda nunca lejos de tales
disparatados extremos.
Heriberto Fiorillo reunió en Escribir
es lo que cuenta
(Barranquilla, Fundación La Cueva, 2008) diez exhaustivos
reportajes con narradores colombianos. Allí, Antonio Ungar
confiesa como su formación es el cine, la música
y la tradición anglosajona donde el humor concede tanto la
parodia como esa veta de soledad y melancolía que
aquí impregna la relación padre-hijo. En todo
caso, la sordidez de la política como la inconsistencia de
una realidad que puede ser tan cruda como jubilosa nos brinda
aquí un espejo (roto) para vernos mejor. Una exultante
sátira de negro humor.
Juan Gustavo Cobo Borda
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