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RELEER A CARLOS FUENTES (1928-2012)

Juan Gustavo Cobo Borda

Carlos Fuentes vivió, escribió y murió en “la ciudad más vieja del Nuevo Mundo”. Una ciudad que desde 1325 ha estado siempre habitada y recreada. Una ciudad letrada, de capas superpuestas, que fue azteca, virreinal, neoclasica, moderna y sigue siendo todas ellas a la vez. México D.F.

Si en 1958 en La región más transparente efectúa el censo de la urbe, en gestos, voces y caracteres, también realiza un balance de la Revolución traicionada y vendida al mejor postor de la aparente modernización. Lo popular de los caudillos arrasó con el porfiriato. Pero los negocios del capitalismo solo concedieron triunfar a los más astutos y venales de aquellos hombres a caballo.

Tal es el caso del coronel Artemio Cruz, cuya muerte es la tumba de ese viejo ideal que conmocionó al país. La muerte de Artemio Cruz (1962). A los setenta y un años, convertido en potentado, dueño de periódico, inversiones en bienes raíces, hombre de paja para cumplir con la ley en empresas mixtas mexicano-norteamericanas y quince millones de dólares en bancos de Zurich, Londres y Nueva York.

Pero detrás de estas dos primeras novelas siguen existiendo realidades subterraneas y determinantes. El Palacio Nacional, la antigua casa de Hernán Cortés, al igual que la Catedral de México, están edificadas con la piedra de Tenochtitlán, en superposición de cuatro siglos, donde la sangre del sacrificio humano se une a la imposición, cruz y espada, de lengua castellana y religión católica. La pirámide subsiste, post-modernizada. Pero el Templo Mayor puede resurgir del subsuelo como un lento terremoto, y cuartear la cuadrícula de la urbanización y el peso, tantas veces oneroso, de las demasiadas y puntillosas leyes.

Hay una vitalidad que se creia extirpada y que renace, aguila y serpiente, agua quemada, con sus dioses que cobran venganza, que vuelven en los largos ciclos de Venus, en la vitalidad inexhausta de una riquísima cultura poopular. A 2400 metros de altura se da este teatro de metamorfosis sin tregua que en Aura (1962) encuentra una fascinante y pionera confirmación.

La tía es la sobrina y Felipe Montero, el historiador, es el general Llorente sobre cuyos viejos papeles trabaja para darles forma a sus recuerdos. Aura es entonces el sueño del deseo que intenta volver a traer una forma apetecible, una niña-bruja que juega sexual y malignamente con gatos y que es simultánea y a la vez la señora Consuelo y Aura joven, “ojos de mar que fluyen, se hacen espuma, vuelven a la calma verde, se inflaman como una ola”; tal como el general Llorente enamorado la describe.

La decrépita y desdentada es la que seduce, absorbe la sangre joven, trae al mundo su otro yo, esa Aura que desvelará y quizás enloquecerá, alucinado, al prometedor becario de la Sorbcona que sueña con escribir un libro sobre el descubrimiento de América.

Pero que ahora, cautivo por la paga, en una casa también enclaustrada de la calle Donceles, 815, ve como en ese presente de la novela, la Señora Consuelo tendrá hoy ciento nueve años y como viuda del general Llorente traerá a la luz otro trozo de la historia de México.

Los cuatro años, de 1863 a 1867, en que el archiduque Maximiliano de Austria reinará sobre México. Porque el general Llorente, quien fuera parte del círculo íntimo de Napoleón III, vendría con Maximiliano a México, hasta su fusilamiento. Enigrma tras enigma, laberinto en pos de otro laberinto, como lo aclara Fuentes:
“Aura y Consuelo son una persona, son ellas quienes sacan el secreto del deseo del corazón de Felipe. El varón queda engañado”.

El joven historiador, entre conejos y ratas, comidas donde siempre sirven riñones, y rituales, entre religiosos y satanicos, besara, acariciará y poseerá a Aura y estrechará en verdad un manojo de huesos frágiles: Consuelo, la vieja, un atado de años que ya sólo tiene fuerzas para traer por apenas tres días a su otro yo, seductor y apetecible. Pero el historiador atrapado eres tu, el lector. Esa segunda persona que se dirige a ti. Porque Montero es también Llorente en viejas fotografías. Aquel pelo blanco es tu actual barba negra. “Volverá, Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar”. El pasado, determinará toda la obra de Fuentes, en perpetuo impulso para escapar del tiempo y la muerte. De la inercia de los años ya caducados.

JUAN GUSTAVO COBO BORDA


NOTA
Entre 2007 y 2012, en cuatro amplios volúmenes, el Fondo de Cultura Económica de México ha publicado las Obras reunidas de Carlos Fuentes a cargo de Julio Ortega, con valiosas introducciones a cada una de sus novelas por firmas como Segio Ramírez, Juan Goytisolo, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Margo Glantz, entre otros. Las referencias corresponder a esta edición, donde las novelas se publican unidas por afinidades temáticas.


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