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VOLVER A BORGES (1899-1986)

Juan Gustavo Cobo Borda

Los diversos o monótonos Borges de 1923, 1925, 1929, 1960, 1964, 1969, “asi como el de 1976 y 1977”, integran las 632 páginas de su  poesía.

El primero, el de 1923, cantará un Buenos Aires de casas bajas y “hacia el poniente o hacia el Sur, quintas con verjas”. Buscaba “los atardeceres, los arrabales y la desdicha”. Ya desde entonces las enumeraciones edifican el poema:

    “el olor del jazmin y la madreselva,
    el silencio del pájaro dormida,
    el arco del zaguan, la humedad
    -esas cosas, acaso, son el poema”.

                    El Sur.

“Grato es vivir en la amistad oscura
de un zaguan, de una parra y de un aljibe”

                    Un patio

De 1919 a 1921 vivió en España.  De 1923 a 1925 irá otra vez a Europa. Esos viajes le darám al regreso una recobrada visión de la ciudad que hizo suya.

“En el hábito de simular que es alguien para que  no se descubra su condición de nadie”. Habia que “agotar las apariencias del ser”. Fue muchos y ninguno. Propuso “el pobre individualismo” como su escudo. Y el “hecho estético: inminencia de una revelación que no se produce”.

Alli donde la filosofia puede aspirar a la música del verso :
    “reviví la tremenda conjetura
     de Shopenhauer y de Berkeley
    que declara que el mundo
    es una actividad de la mente,
    un sueño de las almas,
    sin base ni propósito ni volumen”.

            Amanecer.

“y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante en que peligra desaforadamente su ser
y es el intante estremecido del alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo”.

             Amanecer

“Yo soy el único espectador de esta calle;
Si dejara de verla se moriría”

            Caminata

Pero esta mirada, donde la reflexión conduce a la nada, tiene su reverso: la urgencia apasionada del  cuerpo.

    “En la sala severa
    Se buscan como ciegos nuestras dos soledades”

                Sabados

La ciudad de Fervor de Buenos Aires (1923) es de calles y plazas, de interiores y espejos, y de colores que atardecen en una nerviosa irrealidad. La sospecha de que aquello que siente  quizás muy pronto no impresione sus ojos. Ya están allí sus talismanes literarios (Heráclito y Walt Whitman) y las discordias de la historia patria, el tirano Rosas y él mismo, Borges, que se define como “una salvaje unitario”.
Están también los campos, donde se lucha contra los indios o donde, como su bisabuelo, el coronel  Isidoro Suarez, se  pelea aún contra los españoles, para vencerlos en “la llanura de Junin”. Ese pasado guerrero al cual no pudo acceder. Solo intenta recrearlo en la vacilación incierta de la escritura. De letras que cantan y preservan las armas, contra el olvido y en exaltación del coraje.

    “Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma,
    se presentó al infierno que Dios le había marcado,
    y a sus órdenes iban, rotas y desangradas,
    las ánimas en pena de hombres y caballos”

    El general Quiroga va en coche al muere.

En 1925, en Luna de enfrente, el suburbio y la pampa, el almacén rosado de los arrabales, hacen más coloquial y afectuosa esa errancia nocturna que lo llevará a escuchar guitarras y a contemplar duelos de cuchillo de esos bravos, de esos orilleros, de esos compadres, que confesaban sin estridencia, como Ernesto Poncio, autor de tangos
    “He estado en la cárcel muchas veces, señor Borges, pero siempre por matar a alguien”
Quería decir que no era ladrón ni rufián, tal como Borges se lo contó a Ronald Christ.
    “He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre”.
                           Casi juicio final.

Pero hay alli, en las voces coloquiales, en el guiño afectuoso, el descubrimiento de un Borges que se compenetra con su mundo.

       “Esa higuera que asoma sobre una parecita
                     se lleva bien con mi alma”.

Se ha librado de la mayor congoja: “la prolijidad de lo real”. Le quedan cosas esenciales: una tumba, una esquina, un barrio, unos hombres que juegan al truco. Y al hablar de “El paseo de Julio” volverá a recalcar su repudio : “sufres de caos, adoleces de irrealidad”. Por ello el alcohol y la prostitución terminarán por darle a la avenida “la inocencia terrible/ de la resignación”.

Han quedado atrás Fervor de Buenos (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Luego un muy largo y en apariencia inexplicable silencio de treinta años, hasta que publica en 1960 El Hacedor. Un libro dedicado a Leopoldo Lugones. Donde ya la ceguera lo acecha

    “Nadie rebaje a lágrima o reproche
    esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche”

            Poema de los dones

Pero tiene un arma:
    “el don del verso
    que transforma las penas verdaderas
    en una música, un rumor y un símbolo”
Pero sabe también
    “el maleficio
    de cuantos ejercemos el oficio
    de cambiar en palabras nuestra vida”.

Es ahora un poeta clásico, si así puede decirse, que requiere de la memoria de la rima, el recurrir al arsenal legendario de la rosa o la luna, de los espejos o el reloj de arena, de la lluvia o el tigre, tan suyo como de la vasta tradición que es la literatura.

Asi, al hablar de “El otro tigre”, el 3 de agosto de 1959, como reza textualmente el poema, viaja desde una “vasta Biblioteca laboriosa”, de América del Sur hasta “las márgenes del Ganges”, hasta Sumatra o Bengala, pensando un tigre. Un tigre de símbolos y sombras, de “tropos literarios” y “de memorias de la enciclopedia”, pero no “el tigre fatal”, “la aciaga joya”, que “no está en el verso”, que es “ficción del arte” y “no criatura viviente”.

    “Nadie puede escribir un libro. Para
    que un libro sea verdaderamente
    se requieren la aurora y el poniente,
    siglos, armas y el mar que une y separa”.

                Ariosto y los árabes.

    “Convertir el ultraje de los años
    en una música, un rumor y un símbolo”.

                Arte poética.

    “Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
    lloró de amor al divisar su Itaca
    verde y humilde. El arte es esa Itaca
    de verde eternidad, no de prodigios”.

                         Arte poética.

“Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la angustia” dirá un apócrifo árabe del siglo XII, inventado por él.
Pero el Borges de 1964, El otro, el mismo¸ nos sorprende con expresionistas imágenes, al rescatar un poema de 1936, “Insomnio” y mostrarnos
    “Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires”.

Son los suburbios del Sur,
    “el despedazado arrabal
    de callejones donde el viento se cansa”.
La noche, como en “La noche cíclica”, ya no lo dejará en
    “Una esquina remota
    que puede ser del Norte, del Sur  o del Oeste,
    pero que tiene siempre una tapia celeste,
    una higuera sombría y una vereda rota”.
Ahora debe forjar el poema que aún no ha escrito, usar
    “el antiguo alimento de los héroes:
    la falsía, la derrota, la humillación”.

            “Mateo, XXV, 30”

para ser un poeta menor de la antología, resignado a su calle y su casa de siempre. Sus mismo libros y sus repetidos hábitos. Pues
    “La inexorable luz de la gloria, que mira las entrañas y enumera las grietas ,
de la gloria, que acaba por ajar la rosa que venera”.

            A un poeta menor de la antología.

En medio de sus múltiples lecturas, Borges se hunde en Nortumbria, en Noruega y el Baltico, en Escandinavia e Islandia, en el estudio de la gramática anglosajona, en la germanística, en gestas y espadas, reyes, cobardes y traidores, runas que estudia los sábados con un pequeño círculo de devotas discípulas.  Alemania o Inglaterria y “la pura contemplación de un lenguaje del alba”. De guerrreros que van por el mar hacia desconocidas tierras de pillaje y de dominio y que más que fundar países engrendan sagas y rudos epitafios. “Tu cantar de hierro”. De nuevo la epica. Sin embargo, su vida de hombre continua, apasionado, enamoradizo, intenso y a la vez rechazado, al escribir generosos y desorbitados prólogos a señoras elegantes de Buenos Aires, con aficiones intelecturales, con pretensiones literarias, con afán de hacerse célebres al lado de Borges, al igual que Borges deslumbrado apenas por sus voces, pues los rostros ya no los percibe. Tiene que imaginar, sufrir y vivir todo. De ahí poemas tan punzantes y sinceros como el titulado “1964”:

    “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.
    Ya no compartirás la clara luna
    ni los lentos jardines. Ya no hay una
    luna que no sea espejo del pasado,
    cristal de soledad, sol de agonías.
    Adiós las mutuas manos y las sienes
    que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
    la fiel memoria y los desiertos días”.

Pero tiene también la burlona ironía sobre sí mismo, como en este párrafo de su cuento “El Zahir”:

“El seis de junio; Teodolina Villar cometió el solecismo de morir en pleno Barrio Sur. Confesaré que, movido por la más sincera de las pasiones argentinas, el esnobismo, yo estaba enamorado de ella y que su muerte me afectó hasta las lágrimas. Quizás ya lo haya sospechado el lector”.

De ahí también el Borges que escribe sus milongas Para las seis cuerdas (1965). Prima en ellas el cuchillo y “Esa cosa”, “de la que no se arrepiente nadie en a tierra, “esa cosa es haber sido valiente”.

En el 69, al prologar Elogio de la sombra, su quinto libro de versos, Borges ironiza consigo mismo y con nosotros, sus lectores.
    “A los espejos, laberintos y espadas que ya prevé mi resignado lector, se han agregado dos temas nuevos: la vejez y la ética”.

Tiene “los setenta años de mi edad”, sabe que “un idioma es una tradición, un modo de sentir la realidad, no un arbitrario repertorio de símbolos”, tal como lo expresó en 1972, en el prólogo a El oro de los tigres ( 1972). Y sabe también, como lo afirmó en el prólogo de El otro, el mismo (1964) que
    “La raíz del lenguaje
    es irracional y de carácter mágico”.

En el prólogo de 1969 a la reedición de Cuaderno San Martínque  “en todos los poetas que merecen ser releídos”, conviven el poeta lírico y el poeta intelectural. Borges fue los dos, “la firme espada del danes y la luna del persa”. Arribó a su centro, a su álgebra y su espejo. Quizás supo quien era. Ahora, el releerlo, lo queremos aún más.

Juan Gustavo Cobo Borda


NOTA.
Las citas de esta relectura de Borges poeta, han sido tomadas de Jorge Luis Borges, Poesía completa, Bogotá, Lumen, 2011
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