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“La
escritura sobre la escritura sería la
poesía misma”, dice el filósofo
Emmanuel Levinas.
En cierto sentido, lo anterior podría aplicarse a la obra de
Ernesto Cardenal, un poeta-sacerdote que ha reescrito desde sus
comienzos infinidad de textos. Primero fueron los cronistas de las
Indias, las relaciones de los conquistadores que transitaban por
territorios inéditos. Más tarde, los epigramas de
Cátulo y Marcial (1978), actualizándolos dentro
del clima de la lucha antisomocista: clandestinidad política
e ironía amorosa. Luego sería la Biblia, a
través de sus Salmos, los cuales le permitirían
volver a increpar un mundo capitalista, de negocios y armas.
También encontró un modelo para componer en los
Cantares de Ezra Pound en torno a la “usura”.
Luego vendría el espacio de las revistas ilustradas, la
televisión, las actrices de cine y los paraísos
turísticos, como en su célebre
“Oración por Marilyn Monroe” (1965).
Cardenal tampoco dejó de lado la poesía del mundo
precolombino, de la cual extrajo valiosas reflexiones, como aquellas
que se encuentran en “Economía de
Tahuantinsuyu”, a través de las cuales plasma su
visión del socialismo agrícola de los incas:
No conocieron el valor inflatorio del dinero su moneda era el Sol que
brilla para todos
el Sol que es de todos y a todo hace crecer (…)
Varios de sus poemas extensos, donde mezcla citas
periodísticas y apuntes de viaje, dan testimonio de su
trashumancia por el mundo; primero al buscar apoyo para la causa
sandinista y contribuir luego, como Ministro de Cultura de Nicaragua, a
difundir sus bondades. Sin embargo, los tres tomos de sus memorias
dejan un saldo bastante desencantado: la destrucción, por el
ejercito somocista y los contras financiados por Estados Unidos, de su
taller artesanal de pintura y poesía en una isla del lago de
Solentiname y la crítica personalizada al presidente Daniel
Ortega y su mujer Rosario Murillo por el desvío que
habían hecho de los ideales de Sandino.
Quizás por ello no fue sorpresivo su discurso al
recibir en Chile, de manos de la presidenta
Bachelet, el premio Pablo Neruda en el 2009. Dijo que era el primer
premio internacional de importancia que recibía (lo cual era
cierto) y que tal vez tampoco podría recibir el dinero del
premio, pues el gobierno de Daniel Ortega había bloqueado
sus cuentas bancarias en Nicaragua (en lo cual también
tenía razón). Le quedaba, en todo caso, la
reescritura que aspira a volver a ser poesía: su desmesurado
Cántico cósmico (1989) donde recrea a San Juan de
la Cruz. Una vida que había transcurrido desde un monasterio
trapense en Estados Unidos, donde lo acogió Thomas Merton,
hasta la suspensión a divinis en 1985 por la
jerarquía eclesiástica, y el regaño en
público del papa Pablo VI por su compromiso con la
teología de la liberación.
En 1988, con motivo de sus sesenta años, Ernesto Cardenal
publico un largo poema, "Quetzalcoatl", donde funde la referencia
arqueológica, simbólica, histórica, en
torno a ese mito de origen tolteca, compartido en muchas variantes por
los pueblos mesoamericanos antes de la llegada de los
españoles. Un rey sacerdote, o civilizador, que en Tula
impulso un periodo de paz y justicia y desarrollo las artes. Expulsado,
prometio regresar algun día. Era la serpiente con plumas de
quetzal, el que se piensa o se inventa a si mismo, el que desaparece
ocho dias entre los muertos. El que se opone a los sacrificios humanos
y a los imperios militares, como el azteca o el español. El
que algún día volverá, pues el trono
esta solo prestado.
En Tula, a 70 kilómetros del actual Distrito Federal se dio
esa utopia. De libros ilustrados y de edificios como libros de piedra.
La larga utopia que ahora Cardenal invoca de nuevo, al citar a Jose
Martí o la Teología de la liberación.
Vuelve así Cardenal a sus comienzos. Mirada a lo indigena e
inserción de la noticia contemporanea. Traductor de Ezra
Pound y William Carlos Williams que desempolva vetustos cronistas e
intenta fundir la modernidad coloquial con el arcaismo aun expresivo.
Juan Gustavo Cobo Borda
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