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Como
hijo de diplomático, Carlos Fuentes era cosmopolita, mundano
y hablaba un perfecto inglés. Su iniciación
sexual se dio en Buenos Aires, con una vecina refinada, y
recordaría los cines de la calle Lavalle y las actrices
emblemáticas de entonces, como Libertad Lamarque.
También reflexionaría sobre Borges y
Perón.
Pero este mexicano integral se casaría con una actriz de su
país, Rita Macedo, y volvería
autobiográfica ficción otra relación
cinematográfica. Con Jean Seberg. La novela se
llamaría 'Diana o la cazadora solitaria' (1994).
Pero estas pasiones por el séptimo arte no lo desviaban de
su obsesiva vocación: la de narrar México, la de
escribir con furia y exceso sobre cuerpos, países y
conflictos. Mal contados, tengo aquí delante por lo menos
cuarenta libros suyos en los que conviven cuento y novela, ensayo
político y ensayo literario, obras de teatro y guiones en
compañía, por ejemplo, de Gabriel
García Márquez sobre textos de Juan Rulfo.
Aproximaciones a la pintura, 'Viendo visiones', donde nos habla de
Piero della Francesca, Velásquez y Fernando Botero, y
panfletos virulentos como aquel contra George Bush. Sin olvidar la
agilidad del periodista que cubrió en Praga,
México y París las revueltas del año
1968.
Era ambicioso y competitivo, pero era también de una
generosidad inabarcable. Cuando en 1969 Fuentes publica La nueva novela
Latinoamericana, Borges y Carpentier, Vargas Llosa y Cortazar aparecen
juntos por primera vez, relacionados con brillante ingenio.
En su último libro, titulado 'La gran novela
latinoamericana' (Alfaguara, 2011), los que vinieron
cronológicamente después de él reciben
una lectura comprensiva y profunda, trátese de
Nélida Piñón o Sergio
Ramírez, trátese de Jorge Volpi o Juan Gabriel
Vásquez. Al final del libro este párrafo resulta
revelador: "Cuando yo nací, en 1928, la Ciudad de
México no llegaba al millón de habitantes. Cuando
publiqué mi primera novela, 'La región
más transparente', en 1958, había llegado a los
cinco millones. Cuando Juan Villoro publicó 'El testigo', en
2005, el número de citadinos había rebasado los
veinte millones. Digo esto porque, en cierto modo, yo contaba con una
Ciudad de México más ceñida, abarcable
en sus extremos, aunque nunca en sus honduras".
El primer principio
'La región más transparente': el
título, tomado de una cita de Alfonso Reyes en su
Visión de Anáhuac, hace alusión a la
deslumbrada mirada con que los conquistadores españoles
encontraron una civilización como la azteca, tan rica y
compleja como las que ellos habían dejado al otro lado del
mar. Con sus guerreros y sus poetas, sus astrónomos y sus
emperadores, con sus pirámides para los sacrificios humanos
y sus riquísimos mercados para alimentar muchos pueblos y
muchas razas sometidas a su dominio. Todo ello lo vio bien Octavio Paz
cuando escribió: "El centro secreto de la novela es un
personaje ambiguo, Ixca Cienfuegos; aunque no participa en la
acción, de alguna manera la precipita y es algo casi como la
conciencia de la ciudad. Es la otra mitad de México, el
pasado enterrado pero vivo. También es una
máscara de Fuentes, del mismo modo que México es
una máscara de Ixca".
A partir de las reflexiones de Octavio Paz en 'El laberinto de la
soledad' (1950), Fuentes se pregunta, novelísticamente, por
su país y por sí mismo. Y el hecho determinante,
además de ese pasado indígena tan presente, que
vio en la figura de Hernán Cortés el cumplimiento
de un ciclo ya profetizado, es la Revolución Mexicana. El
fin de la dictadura de Porfirio Díaz y la
transformación integral de un pueblo, en la lucha por el
poder y la tierra, dividiéndose y asesinándose
entre facciones burguesas y facciones populares, para ocupar el
sillón presidencial, 'La silla del águila' (2003)
a la cual dedicaría toda una novela.
Pero si ahora el aire del valle de México se halla
contaminado y los ideales han dado paso a los negocios, Fuentes busca,
en los años de 1946 a 1952, en que transcurre la novela,
durante la presidencia de Miguel Alemán, esclarecer la
petrificación de un movimiento, pionero en el mundo,
encaminado a reivindicar un campesinado y unos indígenas
marginados en la periferia de ese núcleo plagado de
tensiones, desde donde se distribuyen contratos y prebendas, tierras
baldías y negocios acordes con la inserción de
México en el mundo contemporáneo.
Vasto friso, donde los logros de la narrativa norteamericana (casos de
Dos Passos y Faulkner) no desdeñan la herencia europea, que
Fuentes conoce bien en figuras como Balzac y Stendhal: la ambiciosa
energía para usurpar un mundo. Acertó
José Miguel Oviedo al describirla como novela sin argumento
central, "reemplazándolo por una serie de núcleos
temáticos que se superponen o alternan. Estas
características del diseño narrativo pueden
producir cierta incoherencia o confusión, pero la novela
impresiona por su empeño totalizador, su arrebato pasional,
su humor a veces macabro y la riqueza desorbitada de sus
imágenes, que tienen esa gestualidad barroquizante a la que
Fuentes pronto nos acostumbraría".
Desde el exrevolucionario convertido ahora en banquero, Federico
Robles, quien dice con fresco cinismo: "La militancia ha de ser breve y
la fortuna larga", hasta el bracero que trabajó en Estados
Unidos y muere en forma violenta, todo el espectro social es recorrido
por la mirada incisiva y crítica de Fuentes, quien
también se mira a sí mismo en personajes como el
intelectual que indaga en la ontología del ser mexicano y el
poeta frustrado que termina en guionista de banalidades.
El fracaso de la revolución para un orden más
justo es también el fracaso de las personas que ven
cómo su destino se elude en la inautenticidad. Por ello,
cuando Fuentes en un disco leyó fragmentos de la novela
logró recrear la música y la letra de los
diversos personajes, y el riquísimo repertorio que va desde
los corridos de la revolución a la poesía que
alimenta el fuego de esta novela impura y polifacética.
Reflexiva y corporal. Alimentada por el venero de la tragedia, pero
también exorcizada en el carnaval promiscuo de la risa y la
comedia: "Tuna incandescente. Águila sin alas. Serpiente de
estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos
a hacer. En la región más transparente del aire".
Los otros principios
Quizás uno de los ejes más llamativos de la obra
de Fuentes es su capacidad de romper la cortina de nopal de su
país, como la denominó el pintor José
Luis Cuevas, y dialogar de tú a tú con el mundo y
con la historia.
En tal sentido, 'Terra Nostra' (1975) y 'El espejo enterrado' (1992)
forman un díptico de novela-ensayo en torno a
España, su relación consigo misma y su incidencia
en los países conquistados.En su dedicatoria, Fuentes
escribió: "Terra Nostra es para Juan Gustavo, con una
pléyade de monarcas, bufones, enanos, sacerdotes,
conquistadores y demás ciudadanos de la 1era globalidad: La
hispánica".
Fuentes sabía muy bien, entre la Inquisición y
los herejes, que el primer imperio mundial era el español de
Felipe II y cómo por su desmesura estaba condenado a
fracasar. Un hombre solo, en un jardín monástico,
no podía abarcar el globo terráqueo de Madrid a
Filipinas, de Napoles a los Países Bajos. Pero todos los
memoriales eran minuciosamente revisados (que si un puesto en las
Indias para Miguel de Cervantes) en una morosa cadena
burocrática que el rey inauguraba e iba naufragando poco a
poco en las aguas letales del archivo, los sellos y las
recomendaciones. Con razón, como cuenta Fuentes en 'El
espejo enterrado': "Un proverbio corriente en Europa en aquel tiempo
expresaba el deseo de que nuestra muerte nos llegase de
España, pues en este caso llegaría tarde a la
cita".
El hombre que comprendió a México,
reflexionó sobre España y en el momento inicial
del boom literario dio testimonio de su fraterno apoyo a sus amigos,
como Mario Vargas Llosa, era también un creador al que le
fascinaba la exploración de los vericuetos secretos y de las
posesiones diabólicas, como son dos de sus libros sobre el
lado oscuro de los seres: Aura y Vlad; sin olvidar que muchas de sus
novelas están tejidas sobre partituras musicales. (Vea una
galería con las diez obras inolvidables de Fuentes)
Pero el hombre que unido a la periodista Silvia Lemus, durante tantos
años, mantuvo la actitud crítica ante todos los
fenómenos políticos de América y del
mundo es también el conmovido padre que recuerda las fotos
de su hijo fallecido en el libro 'Retratos en el tiempo' (1998), en el
cual aparecen figuras como Milán Kundera, Norman Mailer,
Arthur Miller, Susan Sontag, William Styron y García
Márquez, y que corrobora la capacidad de diálogo
y de controversia fecunda que Carlos Fuentes supo irradiar durante toda
su vida.
JUAN GUSTAVO COBO BORDA
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