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Casanova va al teatro




Juan Gustavo Cobo Borda


Desde el palco
sus anteojos avizoran unos tirabuzones, un collar,
un pecho palpitante.
En el entreacto deambulará ocioso
con el ojo alerta.

Sus exquisitos modales
propiciarán el guiño, la cita,
la urdimbre de una góndola silenciosa
por los húmedos canales.

Habrá quizás un vino,
acrecentado con especies,
y un diálogo incisivo
de hechos y sentimientos
desplazados por madres preocupadas
con la dote de sus hijas.
Con un rápido arreglo
podrá hundirse de nuevo
en el enigma del deseo,
en la nueva carne que lo reconcilia con la nada.
Con la despedida inminente
rumbo a Constantinopla, Berlín o Trieste
y siempre Venecia en el recuerdo.

Quien perdió tantos cequies en los casinos,
pródigo con camareras,
mantenido por aristócratas reblandecidas
ávidas del horóscopo y la Cábala
sabrá decir adiós
y mantener vivo el rescoldo de ese encuentro.
Años más tarde, en Bohemia,
bibliotecario del conde Waldstein
en su castillo de Dux
con esos episodios
redactará sus Memorias.

Contra tanta niebla, hielo y desdén
estas citas ardientes que vuelven y aún queman,
Su elegía a la Serenísima,
su fuga de la cárcel de Los Plomos
y los expuestos senos de las cortesanas
en balcones adornados de flores y jaulas de pájaros,
serán su recompensa.
Más que Catalina de Rusia, Federico de Prusia,
Voltaire o incluso Cagliostro,
al señor de Seingalt (título falso)
abate y mal músico,
truhán y tahur,
hijo de comediante y nieto de zapatero,
sólo anhela un buen plato de macarrones
para dormir en paz.
Todo el siglo XVIII como feliz teatro
de su picaresca-
Engaños de seductor
casi siempre burlado por nuevos ojos
y otras sedas y distintos encajes
de más insinuante lencería.
Pero ellas serán más astutas.
No inocencia contra experiencia:
apenas doncellas enredando al viejo
que las celebra con aretes o poemas
y acepta que lo burlen y le pidan más dinero
con sonrisa tan angelical como diabólica.
En realidad la cama es muy fría
y él necesita de nuevo
a su perdida Venecia,
cualquier mujer es buena góndola
para volver a ella.


Juan Gustavo Cobo Borda

©2013