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Mis Pintores


Juan Gustavo Cobo Borda


15 pintores. Una nómina de lujo: Guillermo Wiedemann, Sofía Urrutia, Alejandro Obregón, Juan Antonio Roda, Omar Rayo, David Manzur, Fernando Botero, Beatriz González, Luciano Jaramillo, Juan Cárdenas, Luis Caballero, Álvaro Barrios, María de la Paz Jaramillo, Gustavo Zalamea, Lorenzo Jaramillo.

Cuando se debate y cuestiona el porvenir de la pintura, en medio de las instalaciones, ambientaciones, arte de vídeo y computadores, intento pensar la pintura. Ponerla en relación con ella misma y con una tradición que se remonta a las cuevas de Altamira.

Eran ellos Mis pintores, en 450 páginas, dándome razón de ser como colombiano y llevándome a mirar, de frente, en el espejo conturbador de las imágenes que me proponían. Se iban creando así extrañas parejas de afinidades sugestivas. Guillermo Wiedemann, por ejemplo, venía de Munich y huía del nazismo.

Llegó a Colombia, en 1939, con solo 20 marcos en el bolsillo, y nos reveló la presencia determinante de la raza negra en nuestro mestizaje. Pero lo hizo no desde la sociología, antropología o la postal turística. Lo hizo desde la pintura: Íconos frontales que pasaron de presencias a abstracciones. De negras detenidas en los quicios de sus puertas, en el Chocó, a formas que encarnaban una visión.

Algo similar sucedió con Roda. Se aburrió de la España franquista, se fue a París y de allí a Barranquilla. Al grupo de La Cueva que retrató en un mural cobre. Pero el Roda que ama a Velásquez y a Rembrandt, sin dejar de ser español, se volvió esencialmente colombiano. No porque hiciera grabados espléndidos a partir de coloniales retratos de abadesas muertas, o floras surrealistas mediante las láminas de la Expedición Botánica. No, se hizo nuestro, y nos obligó a mirar lo que antes no veíamos, gracias a su capacidad de armar una "lógica del trópico". Unos colores asociándose en un alfabeto visual tan personal como colectivo. El poner sobre la tela atmósferas y volúmenes que universalizan nuestra percepción. Y así con todos ellos.

Obregón que nos reitera, una y otra vez, la inhumanidad de la violencia, muda, ciega y sorda, petrificándonos en el terror, y castrando nuestra posibilidad de exorcisarla mediante el habla. Por ello él buscó en los grises, en los rojos, en los toros, manglares y cóndores, unas metáforas que expresaran nuestro asombro ante el milagro del mundo y nuestra capacidad, para a partir de "Los huesos de mis bestias", resurgir desde las cenizas. Ascendió como Ícaro hasta quemarse con el sol y cayó a tierra, como todo humano, sabedor de que el fracaso es parte sustancial de nosotros mismos.

O Fernando Botero que nos reitera una y otra vez: esto no empezó conmigo. Surgió en el quatroccento italiano, con Piero della Francesca, y por ello yo, paisa que pinta la catedral de Medellín, quiero también formar rotundas y macizas que se yergan en las plazas públicas, o como ahora sucederá, en la misma agua de los canales de Venecia, para decirle a todo el mundo: así pinta un colombiano que renueva la secular tradición de la pintura.

O María de la Paz Jaramillo que en la contorsión chirriante de sus parejas, no nos deja olvidar que han cambiado los roles sociales, y que la mujer de hoy no es la de antes. Esto lo sentiremos, en la piel, en la retina del ojo, por el golpe de los colores y la lucha de las formas. Un antiguo encuadre ha sido puesto en duda y esta nueva mirada nos inquieta tanto como nos regocija. Quizas por ello escribí este libro: para reconocer, en la pintura, una de las mayores muestras de creatividad colombiana. Para habitar en ese museo imaginario donde estos 15 pintores, Mis pintores, me hacen mejor y más comprensivo de mí mismo y cuanto me circunda.

La pintura sigue siendo el más estimulante camino para recobrar la visión original que nos forma y constituye. Durante el siglo XX Colombia bien puede definirse a partir del rigor con que sus pintores nos han llevado a reconocer lo que antes no percibíamos.


Mis pintores

Juan Gustavo Cobo

Villegas Editores

Juan Gustavo Cobo Borda

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