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Mis Pintores Juan Gustavo Cobo Borda |
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Cuando se debate y cuestiona el porvenir de la pintura, en medio de las instalaciones, ambientaciones, arte de vídeo y computadores, intento pensar la pintura. Ponerla en relación con ella misma y con una tradición que se remonta a las cuevas de Altamira. Eran ellos Mis pintores, en 450 páginas, dándome razón de ser como colombiano y llevándome a mirar, de frente, en el espejo conturbador de las imágenes que me proponían. Se iban creando así extrañas parejas de afinidades sugestivas. Guillermo Wiedemann, por ejemplo, venía de Munich y huía del nazismo. Llegó a Colombia, en 1939, con solo 20 marcos en el bolsillo, y nos reveló la presencia determinante de la raza negra en nuestro mestizaje. Pero lo hizo no desde la sociología, antropología o la postal turística. Lo hizo desde la pintura: Íconos frontales que pasaron de presencias a abstracciones. De negras detenidas en los quicios de sus puertas, en el Chocó, a formas que encarnaban una visión. Algo similar sucedió con Roda. Se aburrió de la España franquista, se fue a París y de allí a Barranquilla. Al grupo de La Cueva que retrató en un mural cobre. Pero el Roda que ama a Velásquez y a Rembrandt, sin dejar de ser español, se volvió esencialmente colombiano. No porque hiciera grabados espléndidos a partir de coloniales retratos de abadesas muertas, o floras surrealistas mediante las láminas de la Expedición Botánica. No, se hizo nuestro, y nos obligó a mirar lo que antes no veíamos, gracias a su capacidad de armar una "lógica del trópico". Unos colores asociándose en un alfabeto visual tan personal como colectivo. El poner sobre la tela atmósferas y volúmenes que universalizan nuestra percepción. Y así con todos ellos. Obregón que nos reitera, una y otra vez, la inhumanidad de la violencia, muda, ciega y sorda, petrificándonos en el terror, y castrando nuestra posibilidad de exorcisarla mediante el habla. Por ello él buscó en los grises, en los rojos, en los toros, manglares y cóndores, unas metáforas que expresaran nuestro asombro ante el milagro del mundo y nuestra capacidad, para a partir de "Los huesos de mis bestias", resurgir desde las cenizas. Ascendió como Ícaro hasta quemarse con el sol y cayó a tierra, como todo humano, sabedor de que el fracaso es parte sustancial de nosotros mismos. O Fernando Botero que nos reitera una y otra vez: esto no empezó conmigo. Surgió en el quatroccento italiano, con Piero della Francesca, y por ello yo, paisa que pinta la catedral de Medellín, quiero también formar rotundas y macizas que se yergan en las plazas públicas, o como ahora sucederá, en la misma agua de los canales de Venecia, para decirle a todo el mundo: así pinta un colombiano que renueva la secular tradición de la pintura. O María de la Paz Jaramillo que en la contorsión chirriante de sus parejas, no nos deja olvidar que han cambiado los roles sociales, y que la mujer de hoy no es la de antes. Esto lo sentiremos, en la piel, en la retina del ojo, por el golpe de los colores y la lucha de las formas. Un antiguo encuadre ha sido puesto en duda y esta nueva mirada nos inquieta tanto como nos regocija. Quizas por ello escribí este libro: para reconocer, en la pintura, una de las mayores muestras de creatividad colombiana. Para habitar en ese museo imaginario donde estos 15 pintores, Mis pintores, me hacen mejor y más comprensivo de mí mismo y cuanto me circunda. La pintura sigue siendo el más estimulante camino para recobrar la visión original que nos forma y constituye. Durante el siglo XX Colombia bien puede definirse a partir del rigor con que sus pintores nos han llevado a reconocer lo que antes no percibíamos.
Mis pintores Juan Gustavo Cobo Villegas Editores |
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©2014
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