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John Smith McCullagh y su perseguidor perseguido Juan Gustavo Cobo Borda |
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Carlos Castillo Cardona nació en Barcelona, España, y desde 1949 vive en Colombia. Participó en los inicios del movimiento teatral colombiano, con Fausto Cabrera, también español, Santiago García y el grupo experimental El Búho. Ese trabajo como actor lo marcaría de modo definitivo. Luego estudió sociología en la Universidad Nacional en la época en que dicha facultad desplegaba un incisivo carácter crítico de la realidad colombiana, ejemplarizado en figuras como el sacerdote Camilo Torres y el ensayista Orlando Fals Borda. La investigación también debía ser participación. Funcionario de la Unicef luego, y consejero presidencial para la política social, en el gobierno de Ernesto Samper, nunca ha dejado de escuchar las engañosas sirenas del arte, al escribir con sensibilidad sobre pintores como Juan Antonio Roda, María Paz Jaramillo y el arquitecto Rogelio Salmona. Recopiló igualmente volúmenes como el titulado Vida urbana y urbanismo (1977), de carácter colectivo. Ahora, en esta su primera novela, busca exorcizar sus fantasmas de cumplido funcionario internacional y hacernos cómplices regocijados de sus delirios. Ya que esta novela-farsa, ambientada en la costa Pacífica del Ecuador, en la provincia de Esmeraldas, resulta un gozoso juego de burla e irrisión sobre esos organismos internacionales de cooperación, esas ONG que buscan ayudar a los países subdesarrollados. Solo que esa Madre Superiora, como llama el narrador al remoto jefe suyo, y en verdad a toda la organización, lo que en definitiva hacen es recubrir, adulterar, camuflar y disimular la realidad monda y lironda con una espejeante columna de humo verbal, en informes, planes, diagnósticos y tediosas reuniones concertadas con la sociedad civil, que dan razón de ser a esta mal disimulada invasión noble extranjera. Y que no dejan de propiciar un entramado de fraudes, corruptelas, comisiones e intermediarios nativos, que terminan, en definitiva, por favorecer a los capitostes de ambas partes. Unos, con flamantes títulos universitarios; otros, con recursiva malicia indígena. Es una novela hecha, como en la arquitectura post-moderna, con los restos de todas las novelas: la aventura en la selva al crear un imperio hexagonal, el niño humillado que se venga, la aristocracia perfunctoria que ahora vende sus títulos y alquila sus castillos para sobrevivir en Europa, las cantantes, divas y actrices que se promocionan como embajadoras de buena voluntad, al besar, aquí y allá, niños de muy diversos matices. Y también, claro está, una historia de amor sobre dos mujeres, Isabel y Elizabeth, calor y frío, que se funden en una y desaparecen, ante el malvado, mitad Europa, mitad América que da título al libro. Y, para no seguir, novela de gitanos que suscitan milagros a través de mujeres blancas provenientes de tierras hiperbóreas. ¿Les suena a realismo mágico? Pues sí, este también es puesto en solfa, en este delicioso pastiche de todos los arranques posibles. De todas las novelas imaginables, entremezclándose, superponiéndose, adulterándose, y demostrándonos una vez más, que la enumeración exhaustiva de tópicos no es conocimiento: es un artilugio para perdernos en ese laberinto feliz que es la lectura. La lectura, no hay duda ya, que edifica la realidad al arbitrio caprichoso de cada cual. O como lo decía Nicolás Gómez Dávila, en uno de sus Escolios a un texto implícito: "La sociología protege al sociólogo de todo contacto con la realidad". La esquizofrenia fructífera anima a Carlos Castillo, catalán que ama a Colombia, sociólogo que escribe poesía, falso marido devoto que engaña a su mujer escondiéndose en París con el inverosímil pretexto de escribir una novela. Ahora lo tenemos aquí, de cuerpo entero, pretendiendo engañarnos con la supuesta autoría de este libro. Con las fantasías que imaginó en un río de Ecuador. Solo que como sucede, con harta frecuencia, la literatura, exaltación irrisoria, fervor crítico, fue quien lo usó a él para ir más allá de la opacidad de su experiencia laboral y mostrarnos cómo el loable propósito de redimir pobres y aliviar conciencias extranjeras lo que de verdad produce son traviesas, paradójicas, inagotables obras de ficción. John Smith McCullagh y su perseguidor perseguido Carlos Castillo Cardona Alfaguara |
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