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Las 940 páginas de este libro son
desbordantes y excesivas, fascinantes en ocasiones y reiterativas
en otras. Harold Bloom elabora breves monografías de 100 genios
literarios, pues confiesa en alguna de ellas sus incapacidades
para la ciencia y la música. Es un lector de 71 años que ha
dedicado su vida a la enseñanza en universidades como Yale y
Harvard y cuyas manías más perceptibles son el uso de la cábala
como vía clave para interpretar el texto y su
admiración ilímite por Shakespeare, inventor de lo humano.
Las 21.000 palabras que usó Shakespeare, de las cuales creó casi
1.800, en los 55 breves años de su vida, y sus dos docenas de
obras, son siempre para Bloom un paradigma que resume el universo.
Que sirve de referencia en los otros escritores, a favor o en
contra, para caracterizarlos, definirlos y finalmente evaluarlos.
Por ello llegara a decir: ?Nos encontramos ante la conciencia más
descomunal y el intelecto más incisivo de la literatura, uno que
supera incluso al de Dante? (p. 53).?
Pero sus dotes de lector entusiasta, desde niño, y su memoria
feliz, salpican el libro, sin cesar, de joyas deleitables, que
iluminan y enriquecen sus análisis con el sabor incomparable de
una materia viva y todavía impactante. Desde el soneto 129 de
Shakespeare, sobre la lujuria, hasta el poema 381 de Emyli
Dickinson al celebrar su propio genio creativo, su daimon
irresistible:
?No puedo bailar en puntas de pie
??nadie me lo enseñó??
pero a menudo, en mi mente,
?un júbilo me posee;?.
El júbilo de hablar consigo misma y reconocer sus poderes, y que
abarca tanto a Cervantes como a la Dama Murasaki, a Lewis Carroll
como a Paul Celan.
El júbilo de ejercer su imaginación y crear obras que inciden y
perduran, en contra del tiempo mismo. Aquí nos topamos con otra de
las manías recurrentes de Bloom: su fastidio con la academia
norteamericana de lo políticamente correcto y su aseveración de la
importancia de los factores materiales, étnicos o sexuales en la
conformación del genio. Bloom opina que esto no es así y que son
genios, precisamente, William Blake o D. H. Lawrence por ir más
allá de sus coordenadas originales. No solo por saber quiénes son
y querer ser otros, sino, como en el caso de Cervantes,
convertirse en ?la Biblia de la realidad? y reconocer que para
todos existe la necesidad. Incluso Doña Dulcinea del Toboso, tan
etérea y espiritual, debe pedir prestados a Don Quijote seis
reales dejándole como prenda su faldellín de algodón. Pero el
pobre Don Quijote solo tendrá cuatro para satisfacer a su dama.
Esta inserción en lo concreto, este mundo táctil y expresivo, es
el que nos abre la mente y nos lleva a dialogar con criaturas
imaginarias, más exigentes aun que quienes nos rodean. Si todo
libro desciende de otros libros, así como toda familia es
engendrada por anteriores familias, esta suma personal,
inteligente, caprichosa, erudita y arbitraria será no solo un
utilísimo manual de consulta sino una guía mágica de lectura. Los
poemas de Rilke o Montale que subraya, los cuentos de Borges o de
Isaac Babel que glosa con fruición y perspicacia van conformando
una antología deleitable: la de 100 genios dispuestos a
encantarnos, gracias a las sugestivas palabras con que Bloom los
enriquece y ahonda, en estas penetrantes síntesis de avezado
lector.
Juan Gustavo Cobo Borda
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