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En diciembre de 1797 decía Napoleón: ?Las
auténticas conquistas, las únicas que no procuran ningún pesar,
son las conquistas que se hacen sobre la ignorancia?.
Bajo las águilas imperiales y sus banderas guerreras se extendió
un dominio más perdurable que el de las armas. Dominio que llegó
incluso hasta las remotas costas colombianas. Como es bien
sabido, nuestro Código Civil se inspira, en
estructura y método, en el chileno que Don Andrés Bello elaboró,
?tomando como base fundamental el de Napoleón?, sobre el cual el
Emperador dirá: ?La tolerancia es el primer bien del hombre?.
Este es un buen punto de partida para marcar el inicio de una
nueva era y el comienzo de una relación fecunda. Hubo un corte,
una escisión, que estas palabras de Napoleón, el 4 de diciembre de
1808, muestran con nitidez: ?A partir de la publicación del
presente decreto los derechos feudales quedan abolidos en España.
Queda abolido el tribunal de la Inquisición como atentatorio a la
soberanía y a la autoridad civil?.
Consejo de Estado, Derecho Constitucional, Derecho Administrativo:
todos ellos llevan la huella francesa, hasta nuestros días. Pero
el pasado está pletórico de figuras francesas que contribuyeron a
mirarnos mejor con ojos ajenos. Tal es el caso de Boussingault,
?padre de la agronomía?, quien por cinco años recorrió Colombia y
nos dejó su testimonio, tanto en su Viaje a los andes ecuatoriales
como en sus Memorias. Su retrato de Bolívar es tan comprensivo
como descarnado: ?Bolívar era expansivo, bondadoso con sus
inferiores, generoso en exceso, vivía de una manera muy sencilla y
sobria; le gustaban las mujeres y era buscado por el bello sexo
como sucede con los hombres que tienen poder?.
?El prestigio fue inmenso durante corto tiempo y cuando miraba a
su alrededor notaba la falta de recursos, aun la pobreza. Su
palacio era una pobre casa y sus soldados harapientos. Su vanidad
sufría y jamás tuvo la fuerza de aceptar su verdadera y gloriosa
situación: un inteligente jefe de guerrillas?.
Bonpland, el amigo de Humboldt, y el geógrafo Eliseo Reclus, quien
visitara la Sierra Nevada de Santa Marta, iniciaron, junto con
Pierre de Espagnat, Le Mayne, Mollien y Roullin, la geografía
descriptiva de nuestro país, en la cual, como reconoce Eduardo
Acevedo Latorre, fueron maestros los franceses.
Esta auténtica independencia, a través del saber, mantendrá vivos
sus ideales no solo en la traducción de los Derechos del hombre
por Antonio Nariño, sino en el caudal inagotable de versiones, que
en los siglos XIX y XX, volvían nuestras las palabras y las ideas
de los poetas franceses, en un arco que bien podría ir de las
versiones de Fidel Cano de Víctor Hugo a las de Billón y
Baudelaire hechas por Andrés Holguín, además, de su Antología de
la poesía francesa.
Estos versos de Víctor Hugo, en versión de Fidel Cano, conjugan
defensa de la libertad con nostalgia emotiva por una ciudad que
era entonces meca y nostalgia de todo arte: Canción del proscrito.
?Mira, proscrito, mira las rosas/ recién abiertas/ que de la
aurora llorosa y triste/ recibe, alegre, la primavera./ Mira
proscrito, mira las flores/ frescas y bellas./ Pienso en los
verdes, tiernos rosales/ que en otro tiempo planté en mi tierra./
La primavera lejos de Francia/ no es primavera?.
Igual diálogo, incluso con mayor intensidad, se iba a dar en el
campo de la pintura: Alberto Urdaneta estuvo en el taller de
Meissonier y Pedro Carlos Manrique recibió lecciones de Puvis de
Chavannes. De 1949 a 1954 Alejandro Obregón tuvo como centro de
sus operaciones estéticas a Alba-la-Romanie, y la Academia Julián,
situada en la calle del Dragón de París, es hoy propiedad de
Fernando Botero. Esa Academia Julián por donde habían pasado
Rómulo Rozo y Luis Alberto Acuña del mismo modo que otros dos
valiosos pintores colombianos, Ignacio Gómez Jaramillo y Luis
Caballero, lo hicieron por la Grande Chaumiere, de París. Pero lo
que cuentan son las obras y las imágenes que encarnan el diálogo.
Allí están las lavanderas junto al Sena, de Andrés Santamaría
(1860-1945), quien había estudiado en la Escuela de Bellas Artes
de París con el inolvidable retratista de Proust, Jacques Emile
Blanche, y Fernando Botero, quien nos traerá a Luis XVI y Maria
Antonieta en visita a Medellín, Colombia, poniendo de presente la
eficacia plástica de un pintor neoclásico francés como Rigaud para
darnos perspectivas contemporáneas de humor popular. Diálogo
fecundo que podíamos seguir documentando desde la primera visita
de Le Corbusier, en 1947, donde el célebre arquitecto-urbanista
precisó: ?El trazado urbanístico del viejo Bogotá es un buen
trazado. La cuadra española, con sus ángulos rectos, una hermosa
creación. El desorden de Bogotá está en sus nuevos barrios?.
Concluyamos, por ahora, este somero repaso, con una nota
sorprendente. La gran narradora francesa, nacida en Indochina,
Marguerite Duras, publicó en 1982 y 1986 dos novelas: El mal de la
muerte y Los ojos azules pelo negro.
Ambas tratan del mismo tema: un hombre y una mujer se encuentran
cada noche en una habitación. Los liga un extraño acuerdo: a
cambio de una remuneración ella debe yacer junto a él, pero sus
noches serán blancas, él no la desea. Únicamente la quiere a
su lado para que lo salve de la muerte, del miedo.
¿Le suena conocido el argumento? Fecundos misterios del diálogo
creativo entre Francia y Colombia.
Juan Gustavo Cobo Borda
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