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Feo, solterón y extravagante fue Rafael Pombo, el poeta que mejor
supo entender el alma irreverente de los niños. Su dicha al romper
la lógica y jugar con el absurdo. De esa mente traviesa y feliz
brotarían Simón el Bobito, Rin Rin Renacuajo y La pobre viejecita.
Pero Pombo no fue solo un poeta de inolvidables trabalenguas para
niños formales y no tan formales.
Esta magistral biografía de Luz Helena Restrepo nos recupera por
fin a un Pombo casi inabarcable. Uno de los grandes creadores
románticos de nuestra América, con su atónita perplejidad ante los
misterios nocturnos, y el hombre que se desdobla para hablarnos
con apasionada voz de mujer en los poemas que finge escritos por
una bogotana llamada ?Edda?.
También el nihilista desgarrado que increpa a Dios por este viaje
entre tinieblas y a la vez el costumbrista encantador que elogia
el bambuco o los ojos de una señorita, en los álbumes de época.
Todo esto mientras luchaba en pro de la pintura y las escuelas de
bellas artes, la preservación del patrimonio arquitectónico, o al
buscar, mediante la traducción de los clásicos latinos de Byron o
Víctor Hugo, un espacio de convivencia intelectual en medio de la
insania perenne de nuestras guerras civiles, que postergaban una y
otra vez sus sueños de una patria mas armónica y justa. Regida, en
definitiva, por la música inefable de la poesía, a la cual siempre
fue fiel, en lo excelso y lo circunstancial, en lo sublime y en la
broma rimada. En su infalible oído para la melodía.
Tantos Pombos es lo que capta muy bien Beatriz Helena Robledo
acompañando a este ingeniero militar, exiliado por años en EE UU y
crítico acérrimo de los filibusteros imperialistas que nos
arrebataron Panamá.?
Muestra así muy bien la urdimbre de fervor patriótico y
perplejidad crítica con que Pombo se enfrentaba a una Bogotá sucia
y provinciana, medularmente unido a su destino. Y muestra también
el vuelo libérrimo de su poderosa imaginación ávida de trascender
sus miserias sentimentales y la soledad irreductible de este
corazón disperso y generoso. Al morir a los 79 años, quizás
irónica víctima del mismo polen de las flores con que lo abrumaron
en su coronación pública como poeta de la patria, la figura de
Pombo conserva toda la fascinación de un enigma. El de un hombre
único, como todos los hombres, pero a la vez un poeta íntimo y
trascendente, melancólico y profundo. En un país donde moría para
siempre María de Isaacs y se suicidaba José Asunción Silva, la
figura de Pombo renace íntegra gracias a esta apasionante
biografía, tan documentada como perceptiva. Pombo aún tiene mucho
que decirnos: escuchémosle atentos: ?Las quejas, el reproche son
seguridad/¡Feliz el que consulta oráculos más altos que su
dueño!/Es la vejez viajera de la noche;/ y al paso que la tierra
se le oculta,/ábrese amigo a su mirada el cielo?.
Escrito en 1890 aún nos conmueve. Aún nos habla en soterrada
confidencia, como todo gran poeta.
Rafael Pombo. La vida de un
poeta
?Beatriz Helena Robledo
?Editorial Vergara
Juan Gustavo Cobo Borda
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