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Uno de los temas centrales de la cultura contemporánea es el
cuerpo. Cuerpo que debe conservarse y cuidarse, de la dieta al
gimnasio, en la exaltación desaforada de la juventud. Cuerpo que
debe adornarse o modificarse, del tatuaje a la cirugía estética y
al cambio mismo de sexo. Y también cuerpo que asume y encarna el
dolor, en la enfermedad, la tortura o el declive de la vejez.
Pero hay también otro cuerpo: el cuerpo que han cantado los poetas
para celebrar su esplendor y su gracia. Para conjurar los males
que podrían aquejarlo. Para reconocer el hechizo de la atracción
sexual y la violencia arrebatada de la pasión. Para expresar, con
altiva rebeldía, la cara oscura del ser.
En todos los idiomas, a todas las edades, la poesía ha dicho el
milagro de esos encuentros o la melancolía infinita del adiós, una
vez se desata el nudo carnal. De Safo a Catulo, de Dante a
Shakespeare, de Whitman a los premios Nobel como Milosz, Walcott o
Brodsky, esta antología reúne algunos de los más incandescentes
textos eróticos, traducidos a su vez por grandes poetas de la
lengua española, trátese de Octavio Paz o Nicanor Parra. También
se encuentran allí varios de los poemas con que destacados
narradores reconocieron cómo es el fuego de Eros quien anima en
realidad la escritura y le comunica su vibrante esplendor:
Marguerite Duras, Julio Cortázar, Georges Bataille o Fernando del
Paso. Desde la noche de los tiempos hasta nuestro fugaz presente,
la palabra intenta lo imposible: detener el tiempo. Hacer que el
alfabeto de la piel sea la compartida frase que los amantes
saborean en su dichosa, adánica, impúdica, feliz y virginal
desnudez. Volvamos al inicio, al jardín del Edén, donde la culpa
aún no existía ni la infamia del trabajo pesaba como una condena.
Allí, donde los cuerpos comenzaron a hablar.
Pero todos sabemos bien, como lo expresó Octavio Paz, que el
presente es un incesante comienzo.?
Un volver al origen. Las mujeres poetas norteamericanas, por
ejemplo, como Sylvia Plath o Anne Sexton, ambas suicidas,
recobraron los rituales primitivos. El grito de la horda y las
ménades furiosas persiguiendo a su presa.?
Al recolectar estas piezas he pensado también que el mutilado y
herido cuerpo de Colombia requiere de la piedad compasiva con que
la música verbal lo celebra y lo canta. Orfeo, con su flauta, hizo
cantar la cabeza degollada que viajaba por el río de la muerte. La
poesía no solo denuncia: abre las puertas, con sigilo, para que
por allí se cuele la felicidad imprevista. El diálogo en compañía.
Juan Gustavo Cobo Borda
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