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Esta semana empieza a circular un libro que no está
escrito ni en prosa ni en verso, que no se parece, por su
originalidad, a ninguno de los libros en prosa, en verso escritos
por colombianos. Está lleno de una poesía cruda, en ocasiones
desolada, y tiene un título aterrador: Los elementos del desastre.
Su autor, Álvaro Mutis, actual jefe de relaciones públicas de la
Esso Colombiana, no está clasificado en ningún grupo o
tendencia literaria y no, seguramente, porque no lo haya querido,
sino porque ha estado siempre ocupado en cosas demasiado serias:
en el departamento de relaciones públicas de Lansa, en la gerencia
de una emisora y en un ciento de cosas más, igualmente prácticas,
de manera que la mayoría de sus amigos ?a quienes Álvaro Mutis les
parece un hombre fabulosamente simpático? no pueden explicarse a
qué horas escribe sus libros.
Este texto de Gabriel García Márquez apareció en el diario El
Espectador de Bogotá, en agosto de 1954, y es como el certificado
de bautismo público de una larga amistad. Precedía a un amplio
reportaje donde Mutis se definía críticamente ante la tradición
poética colombiana, y señalaba dos puntos de interés: en contra de
la tardía moda que llegaba a Colombia a destiempo, asignándole a
la literatura una función social, Mutis proclamaba: ?La única
función que debe tener una obra de arte es crear valores estéticos
permanentes?. Y ya al final de las polémicas declaraciones, esta
intuición: Colombia como síntesis de lo americano.
?Vastas costas, cordilleras, llanos, selvas, todo eso sirviendo de
marco a cien años de apasionadas guerras civiles, de sangrienta
búsqueda de una nacionalidad, de un perfil, de una voz de
América?.
¿No es esta acaso una precoz síntesis anticipada de Cien años de
soledad? Ya instalados Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez en
México en los años sesenta del siglo XX, experimentaba García
Márquez una sequedad creativa, producto de la convicción realista
que nutría sus primeros libros. Y, en sus propias palabras, ?No me
consideraba agotado. Al contrario: sentía que aún me quedaban
muchos libros pendientes, pero no concebía un modo convincente y
poético de escribirlos. En esas estaba, cuando Álvaro Mutis subió
a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de
libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto
de risa: ?¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda!? Era Pedro
Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la
segunda lectura. Nunca desde la noche tremenda en que leí La
metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de
Bogotá ?casi diez años atrás? había sufrido una conmoción
semejante?.?
Mutis, ángel tutelar, le abrió las esclusas para que el reprimido
caudal en el que cabe toda realidad fluyera, gracias al influjo
benéfico de la obra de Juan Rulfo, donde los muertos, como es
sabido, siguen conversando con los vivos.
Años más tarde, en el prólogo a El general en su laberinto, García
Márquez reconocerá su paciente espera en torno al memorable cuento
de Álvaro Mutis sobre los últimos días de Simón Bolívar: El último
rostro. Cuando Mutis descartó convertirlo en novela, García
Márquez lo utilizó y lo mantuvo como núcleo irradiante de la suya.
Comparte, en cierto modo, el lúcido escepticismo de Mutis sobre la
epopeya bolivariana, pero trata de reanimarlo con el sueño trunco
de la integración latinoamericana y su rechazo del dominio
norteamericano.?
Sus convicciones políticas difieren, pero su amistad se mantiene
firme. La nutre el fuego de la poesía, ?única prueba concreta de
la existencia del hombre?, tal como lo certifica el Brindis por la
poesía, con el cual García Márquez, al recibir el premio Nobel, la
exaltó en el frío y remoto Estocolmo sueco. Brindis en el cual la
mano de Mutis tomó parte muy activa.?
Por ello al cumplir 70 años Álvaro Mutis, García Márquez pronunció
un discurso donde hizo público su reconocimiento: ?No podría decir
qué tanto hay de él en casi todos mis libros, pero hay mucho?, y
?Maqroll no es solo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll
somos todos?.
Tan fascinante diálogo creativo es el que he querido razonar en
este nuevo libro mío: Lecturas convergentes, que Taurus ha
publicado en Bogotá. Es grato volver a la buena amistad de la
literatura en estos tiempos ruines.
Juan Gustavo Cobo Borda
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