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Estos dos
volúmenes de José Antonio Amaya son el mejor retrato de las
raíces de Mutis. Un intelectual aficionado a la historia
natural, cuyos desengaños y fracasos deberán tenerse muy
presentes a la hora de analizar su influencia sobre las elites
criollas
José Antonio Amaya encontró en el Real Jardín Botánico de Madrid
los manuscritos preparados por José Celestino Mutis (1732-1808)
para su inédita y en apariencia perdida Flora de Bogotá. 707
descripciones en latín y español y 118 observaciones componen este
singular rescate documental, que vuelve a plantearnos los rasgos
tan disímiles y contradictorios de esta figura. De ese ser de
muchos rostros.
Ya en 1800, Antonio Joseph Cavanillas, desde Madrid, presentaba el
aporte de Mutis en estosJosé Antonio Amaya encontró en el Real
Jardín Botánico de Madrid los manuscritos preparados por José
Celestino Mutis (1732-1808) para su inédita y en apariencia
perdida Flora de Bogotá. 707 descripciones en latín y español y
118 observaciones componen este singular rescate documental, que
vuelve a plantearnos los rasgos tan disímiles y contradictorios de
esta figura. De ese ser de muchos rostros.?
Ya en 1800, Antonio Joseph Cavanillas, desde
Madrid, presentaba el aporte de Mutis en estos términos: ?La
modestia y la desconfianza que como sabio tiene Mutis de sí mismo,
le hacen diferir la publicación de sus obras, que lima y
perfecciona después de concluidas?. Y es precisamente el hecho de
no publicar en vida casi ningún trabajo científico lo que puso en
duda su conocimiento y avances en el tema.?
Este médico y filósofo se transformará en viajero
naturalista, al embarcarse en España, en septiembre de 1760, como
médico cirujano del virrey del Nuevo Reino de Granada, Pedro
Messia de la Cerda. Sin olvidar que luego sería empresario minero,
catedrático y sacerdote secular. Y, en cierta forma, promotor y
organizador de la vida intelectual en este remoto paraje del
mundo.
Con sus propuestas a Carlos III, en 1763 y 1764, contestadas 20
años después, para fundar en Madrid un gabinete de historia
natural que abarcara mineralogía, botánica y zoología y que
canalizara las riquezas del Nuevo Mundo en ese centro de estudios
y exhibición, buscaba, al hacer méritos en América, consolidar una
posición en la corte española. Pero estaba lejos, se había
distanciado de quienes controlaban el poder científico en España,
y era un hombre de altibajos temperamentales, ?bipolar?, como lo
llama un estudioso, que quizás no se sentía muy seguro de lo que
sabía y de lo mucho que le faltaba por consultar. De ahí lo
ambicioso de su biblioteca, elogiada por Humboldt. De ahí sus
maniobras para subsistir, científicamente.?
Por ello, ?el entusiasmo de un aficionado, rasgo
constante en el transcurso de su vida? (p.199) requiere de una
hábil estrategia científico-diplomático que da respaldo a sus
iniciativas, conectándose con científicos y sociedades científicas
de Francia, Inglaterra y, sobre todo, Suecia. Por ello, el título
de estos dos eruditos y a la vez apasionantes volúmenes:
Mutis, apóstol de Linneo.?
Su correspondencia con Linneo (5 cartas de Linneo, 13 de Mutis) y
sus generosos envíos de láminas y especies disecadas al sabio
sueco se constituyen en eje fundamental de su búsqueda de apoyos y
respaldos. Él quería ?Una reforma de la historia natural por la
vía de una expedición a través de los dominios españoles en este
continente?, donde se lograra la difícil conciliación de muchos
antagonismos: la fe cristiana con el carácter crítico del nuevo
pensamiento, el saber de la Ilustración. La obediencia al Rey con
la independencia intelectual. El conocimiento desinteresado con la
comercialización de los frutos del nuevo mundo, en su caso la
quina, la canela o el té de Bogotá. Y no en último término, lo
estrecho de su parroquia con los vientos renovadores que sentía
soplar por el ancho mundo. Quizás por ello, en 1762, se atrevió a
decir públicamente: ?Imitar el ejemplo de la Europa sabia
apartando la atención de los ruines respetos de nuestra España
detenida? (p. 236).
El hombre que recoge y observa, pero vacila en la
descripción y clasificación de las plantas se enfrenta a
dificultades titánicas, no siendo las menos rivales como Casimiro
Gómez Ortega o Sebastián López Ruiz, el panameño. Pero desde 1760,
lejos de la Corona y la botánica oficial, él prosigue su sueño,
financiándose con otros quehaceres, y sintiendo, quizás, ante la
magnitud de la empresa y lo bravío y fascinante de la naturaleza
que exploraba, si él no era ya otro hombre. Un trasplantado. Un
americano. Con las dramáticas perplejidades que esa pregunta
encerraba, por aquellas fechas y en aquel contexto.
De ahí que resulte tan conmovedor, en el segundo volumen,
transitar por su correspondencia, donde dos, tres años, no era
inusual en el acuse de recibo de una carta, y donde los pedidos y
requerimientos eran tan curiosos como estos: si en el futuro se le
presenta un Fulgora europea, ?le ruego que la conserve viva hasta
el atardecer dentro de un vidrio y vea si de noche brilla por el
frente y le pido que me entere de esto? (tomo II, p. 474), como le
ruega Carlos Linneo. O la preocupación, tanto en América como en
Europa, sobre si ?los observadores han encontrado el método que
Usted ha descubierto de distinguir el sexo de las hormigas, ¿solo
por las antenas?? (tomo II, p. 501).
El traductor en Bogotá de los Principia de Newton ve cómo hoy los
30 y más volúmenes de su Flora hablan en ciencia y color de lo
válido de su empeño, del cual fue cerebro conductor. Estos dos
volúmenes de José Antonio Amaya que se concentran en el periodo
anterior a la Expedición Botánica propiamente dicha (1783-1816)
son de una riqueza documental inapreciable, pero son también el
mejor retrato de las raíces de nuestro primer intelectual, a quien
Linneo considera su primer discípulo ?en el Reino de México?
(sic). Un intelectual aficionado a la historia natural, ?cuyos
desengaños y fracasos deberán tenerse muy presentes a la hora de
analizar la influencia de Mutis sobre las elites criollas, en
particular sobre aquellas que consumaron la Independencia de la
Nación? (tomo I, p. 374).
Juan Gustavo Cobo Borda
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