/ensayos | |
Álvaro Castaño Castillo: Para la inmensa minoría Juan Gustavo Cobo Borda |
|
Desde 1950 una voz ha estado pendiente para lograr
que la historia y el arte no se pierdan y nos acompañen con sus
revelaciones y asombros. En el caso que nos concierne, esta
remembranza tiene, en muchos casos, nombre de mujer. Puede partir
de “una sociedad municipal y sosegada” llamada Bogotá, en los años
treinta, cuando un adolescente contempla un desnudo deslumbrante.
El de una mujer con Pero es esa música de los años, con sus laúdes y sus flautas dulces, la que ahonda estos vocablos y los engrandece con su resonancia. El CD que acompaña este libro, editado por Taurus con el título de Para la inmensa minoría, hace que el canto gregoriano o la voz de Maurice Chevalier haga más ungida y punzante nuestra avidez por esos mundos recreados en luminosas pinceladas. Álvaro Castaño se define, sin mayores problemas, como “un coqueto”. Un coqueto de la historia, que logra el milagro de convivir tranquilo con variadas mujeres y de sentirlas a cada una en su individualidad inolvidable. Alinor de Aquitania, “inventora del amor”, como amante era “obvia e inconstante y se dejaba llevar por la miseria de los celos” (p. 160). Pero en lugar más alto aún, por encima de Dios, se sitúan Abelardo y Eloisa, de quienes Octavio Paz en su gran poema Piedra de sol (1957) dijo, en versos que resumen a cabalidad su tragedia: “amar es desnudarse de los nombres: ‘dejame ser tu puta’, son palabras de Eloisa, mas él cedió a las leyes, la tomó por esposa y como premio lo castraron después”. Al leer estas páginas, queremos saber más sobre
estos seres, prisioneros del bienestar aparente de una corte, pero
con el alma errabunda y nostálgica de otras costas, como en el
caso de la emperatriz Sisí, siempre en fuga de su dorada cárcel,
como la pintan muy bien las palabras de Álvaro Castaño: “Es verdad
que Sisí escandalizó muchas veces a Europa con sus continuas fugas
de la corte imperial, para seguir las huellas de los héroes
griegos, trepar hasta la roca donde Safo se arrojó al mar, montar
en Inglaterra briosos corceles que solo los más avezados jinetes
de la época podían gobernar, mirar durante muchas lunas la línea
del mar en la isla de Madeira, reconstruir su infancia en los
peñascos de Baviera, burlar el protocolo de la reina Victoria,
adorar la memoria del poeta Heine en su palacete de Corfú,
presidir estridentes fiestas de gitanos en sus propiedades de
Hungría, para huir en fin, huir desesperadamente de las pompas y
besamanos imperiales” (p. 156).
Gracias a la mágica grabadora de bolsillo y la
alerta curiosidad infatigable de Álvaro Castaño Castillo, hemos
recobrado el tiempo real de la historia y el arte. De mujeres
fascinantes y hombres creativos que hoy nos acompañan. Con razón
puede decir, sobre un mítico viaje a Estocolmo: “Mi grabadora,
donde está aprisionado todo el viaje, minuciosamente y para
siempre, como un insecto en un baño de ámbar” (p. 239). |
|
©2014
|