Desde las primeras líneas del prólogo se muestra Ramón Cote preocupado por la tardía llegada del vanguardismo a Colombia. Les faltó un Westphalen, un Rosamel del Valle, un Girondo, incluso, más pintorescamente "un Gangotena acompañando a Michaux por el Amazonas". Pero el lector no añora ninguno de esos nombres. Ni siquiera lamenta que no haya "un Huidobro creacionista" o un "Borges ultraísta". Lo que importa en este libro, como en cualquier antología, son los textos memorables que nos saltan a los ojos.
La poesía del siglo XX en Colombia título de la cubierta, distinto del de la portada- está llena de sorpresas y deslumbramientos, emoción y verdad, algún humor e inacabable melancolía. Al estudioso le interesan generaciones y clasificaciones, rupturas y continuismo; al lector descubrir poetas que le enriquezcan, que pueda releer sin que se agoten nunca. Como el Eduardo Carranza de la definitiva "Epístola mortal", muy diferente de los preciosistas sonetos, o Jorge Gaitán Durán, tan recordado por Juan Luis Panero, para quien el goce de vivir es paradójicamente "la fiesta/ en que más recordamos a la muerte".
De Álvaro Mutis esta antología subraya la importancia del poeta, oscurecido por el narrador: "Cada poema un lento naufragio del deseo/ un crujir de los mástiles y las jarcias/ que sostienen el peso de la vida". El desenfado de Jaime Jaramillo Escobar compensa la solemnidad retórica que pudiera haber en otros autores (inolvidable el humor negro de "Aviso a los moribundos", el desenfado de "A Guillermo Valencia"). A Darío Jaramillo se le ha publicado insistentemente en España; sus poemas de amor son de una sorprendente y eficaz sencillez expresiva. Juan Gustavo Cobo Borda prefiere ironía y diatriba: "País mal hecho/ cuya única tradición/ son sus errores./Quedan anécdotas/ chistes de café,/ caspa y babas./ Hombres que van al cine/ solos./ Mugre y parsimonia." La sequedad reconfortante de María Mercedes Carranza constituye otra de sus sorpresas.
A cada lector aguardan sus propios descubrimientos. De los nuevos nombres yo me quedo sobre todo con un poema de Piedad Bonnett, "La venadita" y con otro de William Ospina, que copio íntegro: "En la punta de la flecha ya está, invisible, el corazón del pájaro./ En la hoja del remo ya está, invisible, el agua./ En torno del hocico del venado tiemblan ya, invisibles,/ las ondas del estanque./ En mis labios ya están, invisibles, tus labios."