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Eduardo Caballero Calderón: una obra, un centenario.

Juan Gustavo Cobo Borda


Melancólico y sentimental como el páramo triste, la llovizna pertinaz y los fríos valles de Boyacá: así se definía Eduardo Caballero (1910-1993.) Un escritor marcado por una tierra que habitó su familia desde 1560 y que vio reducido su latifundio de 10.000 hectáreas a una casa señorial y unos terrenos secos y en proceso de deforestación: Tipacoque.

Todo aquello - paisajes, gente, sucesos- que volvió memorables en 30 libros y miles de columnas de periódico desde el 18 de mayo de 1938 en El Tiempo hasta 1977, con su proustiano seudónimo de Swann.

Treinta y nueve años de vinculación de donde se retira en solidaridad con su hermano Klim. Quién al satirizar al gobierno de López Michelsen, éste como presidente pide su retiro pues sus columnas desestabilizan el gobierno. Ante la solicitud de los directivos del
periódico de suspender sus ataques, la considera Klim una censura de opinión y regresa con su hermano Eduardo a El Espectador. Pero esto no era raro en el caso de los hermanos Caballero y en concreto de Eduardo quien ya había apuntado su prosa contra Laureano Gómez, contra Rojas Pinilla y se había confesado amigo y admirador de Jorge Eliecer Gaitán.

También había renegado de toda la clase política y su marrullería burocrática en un manifiesto que había firmado junto con el poeta Eduardo Carranza en 1944 y que decía "No nos interesa las grotescas reformas constitucionales que el gobierno propone para distraer la atención del pueblo y para ocultar su incapacidad administrativa. Consideramos inactual, inadecuado, corrupto el sistema constitucional y legal que nos rige, y para lograr un cambio radical necesitamos la revolución."

Si bien tuvo una descreída mirada sobre la política, en las diversas representaciones públicas que tuvo (Asamblea, Cámara, diplomacia, alcaldía) no dejo de trabajar por el país y sus gentes. En sus cuentos, novelas y ensayos, claro está, pero en varias empresas de cultura ya desde adolescente.

En el Gimnasio Moderno funda El Agilucho (1927) la revista literaria del colegio donde su profesor de historia de Colombia, Tomás Rueda Vargas, le enseñará que esta debe ser una cosa viva poblada de seres reales y le regalará un Quijote en cinco tomos.

Por ello cuando en 1983 – diez años antes de morir- redacta Bolívar una historia que parece cuento (Norma) su legado a los jóvenes vuelve a proclamar la grandeza del hombre y la ruina de su sueño al comprender los polémicos frutos de sus ideas tal como quizás lo aprendió de joven. "Conviene recordar que en Bolívar tuvieron nacimiento los dos partidos históricos, el liberal y el conservador. El liberal que insurgió contra el propio Bolívar en la convención de Ocaña y en la nefanda noche septembrina, había nacido en la constitución de Angostura cuando el Libertador, sobre la base de la independencia conquistada, soñaba con edificar una gran república democrática. Y el partido conservador nació también de Bolívar varias años después, cuando él asumió un gobierno duro, dictatorial, para aquella coyuntura en que 'si los tiempos son peligrosos el gobierno tiene que saber inspirar terror y miedo' ".

Cuando Eduardo Caballero Calderón regresa a su casa natal El Espectador en 1976 sus columnas son un inventario de vida, un repaso de fraternidades que aún se mantiene, sobre el fondo inalterable de las carreteras que llevan a Boyacá. La penuria de sus campesinos y el aroma de los trapiches en época de molienda. Hablan de German Arciniegas y Juan Lozano, del general Ospina quien iba una vez por semana a su casa cuando él era niño a darse un baño 'americano' que había importado su padre.

Hablará de Luís Vidales y Gilberto Alzate Avendaño. De Quevedo y Balzac. De Proust y Gide. De Borges y Asturias. Y obviamente de Bolívar y de Tomas Rueda Vargas cerrando el círculo.

Ahí estará el horizonte de España con el Quijote y José Ortega y Gasset, el de Francia con Napoleón y Stendhal. Y Colombia donde el tiempo sigue detenido: un Metro para Bogotá, una reforma agraria y la defensa una vez más de la libertad de prensa.

Pero aquí viene el quid del asunto, la columna de prensa de la mañana dura lo que el tinto al desayuno, pero fue a partir de dichas columnas como Caballero Calderón empezó su carrera de escritor de libros.

Lo tituló Tipacoque. Estampas de provincia 1940, donde los retratados no pueden leerlo por ser analfabetas. Donde hay matronas y curas, artesanos y pueblos, (Soatá, Capitanejo y Chiquinquirá) bandidos y diputados y en definitiva un sistema feudal.

Regido en el caso de la justicia por los dueños de hacienda y los regidores al arbitrio de su criterio. En cuyo trasfondo subsiste el viejo drama del uso del agua tan escasa, y los pleitos que de ahí surgen a raíz de las servidumbres impuestas 'por los amos desde que yo nací'.

Entrelazadas estas viñetas compone un tapiz campesino de lenguaje popular y clásico que proviene de los manantiales del idioma, del Romancero y el Mio Cid. De costumbres milenarias y caracteres regios e imborrables. Por ello, su recopilación de muchos de esos textos de periódico, veinte años después se llamará simplemente Los Campesinos 1962.

Los miró desde la altura pero con indudable empatía y comprensión. Durante tantos años los valores de su clase habían impregnado el vivir de estos siervos, que es justo ver como la literatura terminaba por explicar la razones de una época de simultaneo horror y encanto a punto de desaparecer. De paternalismo y sumisión rota por los rayos de la violencia social y política.

Por ello, cuando en 1950 vuelve sobre el pueblo con El diario de Tipacoque un afrase muestra el gran viraje : "La politica le prendio candela a todo eso". Y el genero colonial campesino dio asi sus ultimos frutos.

Juan Gustavo Cobo Borda

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