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La dulce Ofelia, la razón perdida, cogiendo flores y cantando pasa. Disolver la razón en un color, en una música, y a la vez mantener las bridas del ritmo ocultándose bajo la piel de Camille Claudel en el manicomio son algunas de sus perturbadoras virtudes. El de mostrarnos, en carne viva, cómo las visiones arrasan y fracturan la mente y exigen, sin piedad alguna, versos que cautericen lo trágico de las utopías. Ezra Pound encerrado en una jaula en Pisa por el ejército norteamericano, con la luz toda la noche prendida, y Fernando Denis en Bogotá, Colombia, elucubrando, también en la noche, las fórmulas matemáticas con las cuales definirá La geometría del agua. Las plegarias al piano de Elvira Silva y la luz que nos impide ver, aún, el rostro de Beatrice Portinari obligando a Dante a cantarla, hasta el fin, mientras ella desaparecía en un puente de Florencia sobre el Arno. Así la poesía de Denis une los mundos más ajenos para conminarnos a vivir en ellos, en la generosa casa del lenguaje que ha edificado para todos nosotros. |
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©2010
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