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El Despachante encarga a El Especialista trabajos específicos. Este los cumple a cabalidad y El Despachante le paga bien por su pericia
profesional. El Especialista, sobra decirlo, es un asesino a sueldo
que realiza sus tareas citando en latín a Cicerón, Séneca, Horacio y
El Eclesiastés. Ira furor brevis. Ha sido, como se intuye, aprendiz de
cura.
Pero también manifiesta una pasión razonada por las pistolas -
Beretta, Glock, Ruger, balas Magnum xpt - y está atento a los cambios
que pudiéramos denominar culturales. Con el uso de los chalecos a
prueba de balas hay que disparar directamente a la cabeza y no al
tercer botón de la camisa para destrozarle el corazón como antes.
Precisión técnica, en todo momento, y la atmósfera tranquilamente
atroz con que Rubem Fonseca nos instala en una aceptada demencia de
crueldad y horror, sino fuera aquella misma que respiramos todos los
días en los noticieros y en el periódico. Ajuste de cuentas, asesinato
y descuartizamiento por parte de un conocido portero de fútbol, de su
joven, bella novia, actriz porno en ocasiones.
Fonseca no debe ir muy lejos para pescar sus temas, pero en esta corta
novela hay un matiz inquietante : Zé, Jose, El Especialista, el
Seminarista, teme que se está ablandando, siente escrúpulos de
eliminar a un padre con muchos hijos, y admite que "lo peor del mundo
es tener conciencia".
Afortunadamente el mundo no lo desengaña: sigue siendo un lugar
infame. Termina por darle la razón : esos varios hijos no son más que
las diversas víctimas de un pedófilo.
El Especialista, no sobra decirlo, es el narrador del libro y se
describe a sí mismo como "pequeño, flacuchento y feo". Y sus tareas
siguen manteniendo ese aire impersonal, de burócrata científico de la
violencia , de instrumento casi despersonalizado de una tarea como
cualquier otra, con esa prosa seca y objetiva. Buscar, en un
cementerio, a un necrófilo con aires de comadreja e ir donde un
sicoanalista a recobrar carpetas y grabaciones de una cliente,
despachando de paso a los dos. Pero en medio de este recuento, por
decirlo así informativo, nos enteramos de que Zé, Jose es sobrio,
frugal, le gusta el cine, ama y conoce la poesía, de Camoens en
adelante. Y quiere retirarse pronto. Las líneas netas de la narración
están trazadas, dentro de la concisa parquedad de Fonseca, de la
sequedad impactante de sus diálogos perfectos. Cambia de identidad :
se hará llamar Jose Joaquín Kibir, en una voluta histórica sobre sus
remotos ancestros portugueses y el Rey Don Sebastián. Se enamorará de
una traductora alemana llamada Kirsten y así este thriller negro se
sazona con un romanticismo tan ajeno, en apariencia, a la índole del
personaje, pero inevitable como todo don caído del cielo ; o de la
silla de al lado, en una cafetería.
Sexo y lectura de poemas de Pessoa, de Drumond de Andrade, de
Bandeira, de Ferreira Gular y el juego, habitual también en Fonseca,
de exaltar la carne repentina de la mujer y denigrar la compartida
convivencia, que todo lo deteriora. Pero no hay tiempo para
soliloquios y citas clásicas.
El padre de Kirsten es el Despachante mismo (resurrecto) y el
reencuentro con uno de sus pocos amigos, a quien conoció al salir del
seminario, Sangre de Toro, lo pondrá de nuevo en movimiento, azuzado
por la paranoia, y ajeno del todo a la posible congruencia y
desarrollo de la trama. Como en las películas de Tarantino todos son
esenciales y todos son prescindibles, pueden actuar o pueden
desaparecer, según los delirios creativos del fabulador.
Sólo que ahora este asesino a sueldo, enamorado, atravesará una mala
racha. Será secuestrado, golpeado (perderá un diente), torturado,
según ya le había advertido el padre de Kirsten, el que era idéntico
al Despachante asesinado. Se trata de recobrar un diskette, de un
viejo trabajo suyo, cuando asesinó a un gordo cubierto de joyas en un
apartamento de Buzios.
Aquí, como si lo anterior fuera poco, se complica y enreda aún más la
intriga dado que el padre de Kristen desaparece en la pesquisa ( lo
matan y arrojan al mar ) Y Zé, Jose, El Especialista, busca y
encuentra a su viejo amigo D.S. ( el único amigo junto con Sangre de
Toro) ahora un próspero empresario de revistas y programas de
televisión infantiles. El podría darle datos sobre Ziff, otro ricacho
del cual ’Äú supe que financia la importación de droga a gran escala de
Colombia, pero solo como capitalista, no se involucra en las
operaciones’Äù. Pero el comodín de Colombia, típico del bajo mundo de
todo el mundo, es completo : no sólo importa drogas sino también
traficantes sicarios. Tipos duros que responden, si lo hacen, a los
convencionales nombres de Rafael y Pérez.
Para ubicar a Ziff, Zé, Jose, asiste a un coctail donde Suzane, viuda
quien hace de celestina para que sus amigas casadas puedan
relacionarse con hombre también deseosos. Allí conocerá a Gamela,
temeroso de ser secuestrado y quien busca un guardaespaldas: le han
recomendado uno llamado Sangre de Toro con quien se encontrará a las
cinco de la tarde mañana, en su apartamento.
A dicha cita acudirá Zé, Jose, El Especialista, quien eliminará a
Sangre de Toro dentro de su auto, al salir de la cita. Solo que
entretanto Gamela y sus dos guardaespaldas han sido enviados al otro
mundo, quizás por los cucarachos colombianos. Todas las balas
disparadas, todos los indicios de pistola y horas apuntan a El
Seminarista, Jose, Zé, quién tendrá que ir a declarar. Allí conocerá
al policía Vázquez, de quien se hace tan amigo como lo permiten
relaciones de este tipo, y que contribuirá a configurar el desenlace
de estas febriles cien páginas.
Será la secretaria de su único amigo sobreviviente, D.S. , la que ha
revelado la dirección donde Jose ha escondido a su amiga alemana, su
amor irremplazable y único, con quien lee a Rilke y come repollo agrio
con salchicha, Kirsten, ante cuya muerte, ordenada por su amigo D.S.,
aullará como un perro. La venganza será previsible : le arrancará la
lengua, le acuchillará los ojos, lo quemará. Al final irá regularmente
al cementerio a llevarle flores a la tumba de Kirsten y retomará su
vieja profesión. Al parecer nadie escapa a su destino.
Las recetas de cocina (una suculenta para el bacalao), las referencias
literarias, Lima Barreto, Doris Lesing, las cinematográficas ( a
Kirsten le fascina La naranja mecánica, tan afín en su tono de farsa y
tragedia a esta comedia policiaca), la velocidad de los diálogos, la
brutalidad de las acciones, los inverosímiles cambios y mutaciones :
todo ello tiene el sello inconfundible de Fonseca.
Su respuesta delirante a un mundo distorsionado. Una escritura irónica
que al reírse de sí misma, no deja de lado su poder de impugnación
revelándonos en la crueldad del exceso, y en el aparente baño de
sangre, algo sin embargo compartible : el delirio inagotable de la
ficción. Como lo dijo Fonseca en su libro Pequeñas criaturas :
"Es una mierda, ese comienzo. Pero son esos los temas que le
interesan al lector : sexo, muerte y dinero, no puedo apartarme de
ellos. Voy a empezar de nuevo. Escribir es comenzar".
Así debió pensar, al iniciar El Seminarista. Así esperamos que siga
haciéndolo, a sus 84 años. Porque él, también en sus propias palabras,
en Diario de un libertino, sabe que sin poesía la novela cae y se
desinfla, aún cuando sea la poesía demoledora de los bajos fondos de
nuestras ciudades. Cruzadas de negocios turbios, carteles de cualquier
actividad, chuzadas telefónicas, agentes de orden que medran en el
delito, y mujeres dispuestas a todo.
"Era un poeta, los poetas, esos grandes filósofos, dicen verdades.
Nosotros, los que escribimos ficción, decimos verosimilitudes".
Verdades y verosimilitudes que hoy se dan en todo el continente, y que
sólo ahora se nos esclarecen gracias a este novelista de Río de
Janeiro, leído y admirado (por algo será) en el mundo entero. Su
héroes, asesinos, detectives, tienen mucho de cínicos, y exasperarían
a cualquier feminista, pero hay algo que parece redimirlos. Desconfían
del poder, no se enriquecen y cumplen sus desdichadas tareas con un
rigor y una honestidad admirables. Parecen trabajar matando pues la
mala suerte, con el desempleo generalizado, solo les concedió ese
oficio. Mediocre, si se quiere, pero que terminó enaltecido por
figuras como Raymond Chandler, Daniel Hammet, Graham Green, John Le
Carré y, claro está, el certero Rubem Fonseca.
Juan Gustavo Cobo Borda
La novela de Fonseca fue traducida por Elkin Obregón y publicada por
Norma en el 2010.
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