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Adiós a Eugenio Montejo
Juan Gustavo Cobo Borda

Eugenio Montejo, Caracas 1938-2008, al escribir sobre dos artistas venezolanos, Jesús Soto y Alirio Palacios, reclamó a la critica el haber dejado de lado su pertenencia a una región especifica de la rica variedad geografía de su país : la Orinoquia, con su alta nubosidad y su feracidad incontenible. Con sus petroglifos y su cesteria indígena de formas geométricas precisas y su correspondencia mítica. Con sus deltas infinitos.
Aunque nacido en Caracas, la urbe de la modernización desaforada, Montejo tendrá vivo, en todo momento, un sentimiento del espacio y una interiorizacion del mismo que ve manifestarse en ese contrapunto que modela muchos de sus mas logrados poemas : rural-urbano. Como aquel titulado "Pueblo en el polvo":
"Estas calles oblicuas dan al polvo,
estas casas sin nadie se disuelven
en áspera intemperie
y piedras de sombra",
Para concluir:
"Por los solares juegan unos niños
en sus coros de ausencia,
Juegan a que están vivos todavía,
a que nunca se fueron".
Este citadino carga consigo pertenencias arquetípicas, donde se funden lo humano y lo animal en perfecta armonía, como al decir:
"Aquel caballo que mi padre era
y que después no fue, ¬por donde se halla?".
Pérdida, lejanía y el sorpresivo canto del gallo entre los rascacielos, o la musica que trae consigo un tordo. Ríos y garzas se fijan inmoviles en sus versos como si el llano todo se hubiese tornado metafísico. Pero es el trópico, el trópico absoluto, "este sol de mi país que tanto quema", el que hará de arboles y palmeras, de playas y de islas, su territorio germinal, de incandescente luz pura, como en los cuadros de Armando Reveron.
"Donde la vida nos madruga / y hay que salir a galopar hasta alcanzarla".
Se da alla la perpetua tensión utópica que tiene a Manoa como concreto espejismo, la cual, como aclara, "no es un lugar sino un sentimiento".
"Manoa es la otra luz del horizonte,
quien sueña puede divisarla, en su camino,
pero quien ama ya llego, ya vive en ella".
Este poeta culto y reflexivo, quien escribió sobre Valery y Pessoa, sobre Juan de Mairena, y quien amaba las ciudades periféricas como Buenos Aires y Lisboa, había asimilado a cabalidad una tradición quizas mas libérrima e igualmente impregnada por ese dialogo entre la conciencia y los astros, en medio de un espacio insondable. La del coloquio entre vivos y muertos. La de Vicente Gerbasi y su pueblo, Canoabo, marcado por la inmigración desde Europa, hasta el jardín lleno de milgaros donde en medio de la atafagada Caracas Juan Sánchez Peláez veía fugaces musas deleitosas, mientras citaba a André Breton o Ezra Pound. De ahí provendría una imagen también recurrente de Montejo donde el poeta, al lado de su lámpara encendida, amplia la noche y percibe un aroma hondo e irresistible. Al hablar de los "Amantes" dirá:
" Y era la tierra la que se amaba en ellos,
el oro nocturno de sus vueltas,
la galaxia".
Por ello se debatía con el lenguaje, para lograr esa tersura meditativa, esos sagaces cambios de ritmo, en la perpetua búsqueda de la expresión propia. Si, sus palabras detrás de las cuales queda el Atlantico, en su ir y venir de resinas y especies. De asumida pobreza:
"Palmeras de lentos jadeos
giran al fondo de lo que hablamos,
sollozos en casa de barro
de nuestras pobres conversas",
como dirá al referirse a "Algunas palabras".
Esas mismas, pocas palabras, que le llevaran a preguntarse:
"cuanta vida nos guarda la tierra todavía
cuando mañana se despierte".
Habia pasado por "Mi siglo, con sus guerras, sus posguerras
y su tambor de Hitler alla lejos
entre sangre y abismo",
y le dijo adiós al siglo XX con una fe conmovedora, todavía, en la fuerza rigurosa de la poesía, el que era "miope, tardo, subjetivo". Si bien se había compenetrado con su "terredad", como la llamaba, anhelaba ser otro, estar entre los "dialectos de hielo" de Islandia o la nieve de Rotterdam, buscando su reverso, su antípoda, su otra cara, los ojos puestos en "Los aviones puros que se elevan/ hacia los aires altos del deseo".
Porque como todo poeta maduro de melodiosa intimidad miraba su heteronimo, su fantasma, acompañandolo, sea en la gravitación anhelante del deseo, al decir ; con otro nombre, el de Tomas Linden:
"Yo suspire de eternidad al verte,
cuerpo paradisial contra la muerte,
cuerpo donde Dios tanto se detuvo",
o al reconocerse como rezagado, mirandose a si mismo, en los avatares de su propio entierro;
"Por estas calles ya paso mi entierro
con sus patéticos discursos.
Liviano me llevaban
entre parientes desconocidos.
(....................................)
El entierro, sin mí prosiguió rumbo
por las penumbras suburbiales.
Lo voy siguiendo ahora desde lejos,
al paso de los años".

Así lo acompañamos, leyendo sus poemas, ya irremediablemente nuestros.

Juan Gustavo Cobo Borda


©2008