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Amazonía (Fondo de Cultura Económica, 2009) es un libro que la
historiadora literaria y analista de culturas Ana Pizarro ha realizado
desde su natal Chile al abarcar el riquísimo cosmos del Amazonas. Un
lugar único no sólo por su riqueza en agua, minerales y biodiversidad,
sino que allí ocho paises, veintitres millones de personas, integran
"la diversidad más diversa", en el bosque tropical húmedo más grande
del planeta y a orillas del río más cuadaloso de la tierra. Pero esto
no es todo.
Quienes lo descubrieron, desde el Atlántico hasta los Andes, o lo
recorrieron desde Quito y Lima hasta las bocas del Orinoco, crearon en
torno suyo la más apretada, ramificada y bifurcada selva de símbolos y
leyendas. A las innumerable tribus indígenas, sus mitologías y
tradiciones orales, se fue superponiendo la imaginación europea, que
dejaba atrás la inquisitorial Edad Media en pos de un renovado paraíso
sobre la tierra. Sólo que como bien dice la autora este no era más que
"las tradiciones culturales de un mundo renacentista revitalizando el
imaginario de la antiguedad gracolatina". (p. 34).
De ahí que esta fascinante navegación comience con quienes contaron y
escribieron sus peripecias, trátese de cronistas o misioneros, relatos
de viaje o informes a las coronas, sean la de Portugal o la de España.
Pero también holandeses, ingleses y franceses, anduvieron por allí,
sabiéndose dominadores desde su lengua, determinados por su lugar de
origen y marcados por su objetivo de abrir mercados, catequizar en
nombre de su Dios propio, o perderse, alucinados, tras el perpetuo
espejismo del oro, que primero fue de la canela. Especies ambas para
ornar y condimentar el brillo de las cortes europeas.
Pero en medio de este caudal de expediciones, que más tarde se
volverían naturalistas y científicas, hay persistencias míticas que no
decaen : las tres figuras claves del imaginario fluvial: Las Amazonas,
El Dorado y El Maligno.
Y curiosamente un personaje único, recreado en novelas por Miguel
Otero Silva y Abel Posse, por ejemplo, que es Lope de Aguirre, el
rebelde, aquel que en su delirio de reivindicación, y entre un reguero
de cadáveres, incluida su propia hija, se opone al Rey de España y
firma con soberbia su memorial de impugnación con un altivo : "Lope de
Aguirre, traidor".
Que, instrumento de colonización, se opone a oidores y encomenderos de
la primera oleada, que ya se han apoderado de los puestos claves y
obtenido las mejores reparticiones de indios. Por ello Lope de Aguirre
señala el mal trato dado a los nativos de estas tierras. Y que desde
los cabildos otorgaban licencias para construir molinos, obrajes,
tiendas y pulperias. Esos meses, esos años de deambular por la selva,
que siglos después retomaría La Vorágine, tienen ya la impronta mágica
de los cronistas , "culebreando en vueltas muy dilatadas", como el
mismo río, que admite en sus contornos lo más real y más cruel junto a
lo más fantasioso e inverosímil.
Monstruos, prodigios y portentos, como aquel "curupira", criatura con
los pies al revés que tantas reflexiones psiconalistas nos puede
suscitar.
Pero lo fascinante es la metamorfósis de la legendaria historia de las
Amazonas: provincia de mujeres que se rijen a sí mismas, se
autoabastecen y elijen una vez al año el hombre-instrumento para que
las fecunde, y al cual luego matan. Por ello dirá Ana Pizarro al
intentar descifrar esta imagen tan recurrente, desde sus orígenes en
Fray Gaspar de Carvajal:
"En el universo sexualmente represivo del medio, en la carencia de
mujeres durante meses que implicaba la avantura fluvial y la
expedición en general, la fantasía erótica representada por ellas
debería hacer sido la resolución símbolica de sus carencias" (p. 70)
Clímax y aniquilamiento : en ese mundo bárbaro donde la seducción
puede desembocar en el horror, como la mantis religiosa al devorar al
macho después de la cópula, vuelan incontenibles las alas de la
ficción.
Grial, fuente de la eterna juventud, becerro de oro : todo se
confabula y yuxtapone hasta hallar concreción en el cacique que se
baña en la laguna, cubierto de polvo de oro, y que se desplaza del
Paititi hasta Manoa, de Colón hasta el Cándido de Voltaire en la
Guayana, desde la laguna de Guatavita hasta el Museo del Oro en
Bogotá.
Mundo, entonces, turbulento y en formación, donde las instituciones
son precarias y los hombres se improvisan a sí mismos. Y donde las
mezclas y coexistencias sueles ser caóticas, y aquello que viene de
Europa,Afríca o Asia, tienen "un aspecto fragmentario, irregular e
intermitente". De ahí la incertidumbre. De ahí la convicción de los
jesuitas en el Brasil de considerar como ese mundo natural
insubordinado, era "caótico, desordenado y contradictorio como el
mismo demonio": Que escenario más portentoso para representar ese
viejo drama renovado de la lucha contra el mal que la tierra sin
límites, pletórica de riquezas, pero también marcado por la pobreza
errrante de tantos nómadas, como era el cosmo infitnito del Amazonas.
Un infierno verde con un diablo que se metamorfoseaba y se ponía todas
la máscaras. En medio de esa manigua, con su farmacopea vegetal y las
alucinaciones visuales del consumo del yagué y la conversión del
chamán en jaguar, como en el riguroso y fascinante libro de Gerardo
Reichel Dolmatoff, de 1978.
Al mundo de la utopía dorada, al mundo del matriarcado guerrero, al
mundo del diablo redidivo, se añadirá ahora el mundo de la
racionalidad científica, de la Condamine francés al barón de Humboldt,
alemán. A las verdades seguras basadas en la observación y el
experimento se les superpondrá el velo del romanticismo, al exaltar
una naturaleza única. Pero la Revolución Francesa y la Revolución
Industrial no sólo reconocerán el valor del individuo y el
conocimiento, sino que el positivismo se hace utilitario. Allí se
descubrirán productos valiosos como el caucho ( y tantos otros) que
bien vale la pena explotar y comercializar, sólo que lo nativos son
incapaces de ello. Ese eurocentrismo será la otra cara de su vocación
de estudiosos.
La razón, lo repiten estos sabios de la Academie Francaise (1635) o
The Royal Society of London (1645) es europea. Y a Europa deben ir los
frutos de su estudio y clasificación. "La física del mundo, la
composición del globo, el analísis del aire, la fisiología de los
animales y las plantas", que son los obejtos de estudio para Humboldt,
en una carta del 25 frimario, año VIII de la República, a Jérome
Lalande, remiten siempre al mayor beneficio del Viejo Mundo. Y a la
vinculación de los seres animados con la naturaleza inanimada. Pero la
Naturaleza, en la Amazonía, no parece muy inanimada : consume hombres,
devora teorías, vuelve anacónicas las novedosas cronologías. He aquí
algunas de la primeras voces que este libro fascinante nos ofrece. Y
que recoge tantas otras voces, desde los habitantes de la selva misma,
las novelas y poemas que los recuperan como Macunaíma de Mario de
Andrade o los poemas de Thiago de Melo, hasta hechos que nos
conciernen de lleno, hoy día, como el narcotráfico. Pero el libro debe
leerse en su integridad y analizarse con inteligencia. Ana Pizarro ha
puesto en él tanto sensibilidad como conocimiento. Es un aporte
fundamental para valorar una cultura no comprendida en su totalidad
como aquella de la inmensa Amazonía.
Juan Gustavo Cobo Borda
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