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Los 90 años de Gonzalo Rojas
Juan Gustavo Cobo Borda

Como en el caso de su compatriota, el gran pintor Roberto Matta, la poesía de Rojas está animada por la energía corporal y la electricidad espiritual. También, como en el caso de Matta, sus núcleos irradian ondas expansivas, de roja intensidad. Ambos, no hay duda, reconocen en el surrealismo uno de los focos creativos del siglo XX.

Pero no hay que ir tan lejos. En el caso de Rojas se trata asimismo de una poesía que retoma las raíces terrestres y aéreas de la mejor poesía chilena. Aquella Santísima Trinidad representada por Gabriela Mistral, Vicente Huidobro y Pablo Neruda. Por ello, desde su primer libro, La miseria del hombre (1948), Rojas recrea la figura de su padre, su inmersión, como minero, en el mundo de la piedra y la hondura, y su ascensión posterior hacia el oxígeno redentor de esa palabra hecha de aire que zumba frenética en nuestros oídos deparándonos incómodas o consoladoras verdades. Se desnuda, en el placer o la muerte, de las convencionales mortajas y aspira, en la inmóvil velocidad de un vértigo incantatorio, a rescatar el Verbo, no la afeada palabra. Como lo enuncia en un poema definitorio titulado "No haya corrupción", su tradición es la americana, "de Acatama a Arizona", fusionando allí la ambición enumerativa de la desmesura con "otra paciencia más austera". La habitual alquimia en sus versos de prodigalidad exuberante con seco ascetismo. Desborde pasional y reflexión árida. Dirá así:

No di con el hallazgo, se juntó todo, el viernes llovió, de -modo que el reparto de las aguas subió de madre, a Pablo le tocó casi toda la costa, excluyendo el sector alto de las nieves que eso es entero de Vallejo hasta los confines, Huidobro muy justo exigió el deslinde sur del encantamiento más los pájaros, muerto Borges cambió su virreinato del Este por una sola hilera de libros, del que no se supo más nada fue de Rulfo.

Ese verso que se desliza y se contorsiona, que adquiere fijeza de diamante y flexibilidad de cuerpo bañado en el aceite original del goce, afronta dolor y muerte, palabra y lectura, historia y creadores afines. De William Blake a Georges Bataille, de San Juan de la Cruz a Paul Celan, trata de restituirle lo numinoso a un mundo donde "voló el esperma del asombro". Y lo hace a partir de la base clásica de nuestra tradición occidental. Revive, en cuerpo y alma, el hecho de que la prostitución en el antiguo Mediterráneo era sagrada y para referirse al singular Pablo de Rokha sólo encuentra un "latinajo del carajo". Todo se ha vuelto suyo, en sus manos.

Puede cantar así contra las inmundicias de una guerra sucia que colgó a sus amigos de los pies. Que oyó sobrevolar los helicópteros como una perenne pesadilla de ruidos diabólicos. Que posó el rótulo "de NN (desaparecido) en todo el Cono Sur de América sobre tantos rostros inconfundibles. En esa visión apocalíptica, de caos, infamia y chillidos estridentes, no se solaza, ni la cultiva, con réditos militantes. Trata, por el contrario, de buscar, en la tensión armónica de la mano que lucha por fijar el sentido, un nuevo acorde. Aquél que lo lleva a pedir a los jóvenes:
Salten intrépidos
de las vocales a las estrellas, tenso el arco de la contradicción
en toda la velocidad de lo posible.

Por ello se opone al escándalo irrefutable de la muerte con un rotundo rechazo:
Dios no me sirve. Nadie me sirve para nada.

Y elige, con entereza, una singular opción humana, acorde con sus orígenes:

Prefiero ser de piedra, estar oscuro,
a soportar el asco de ablandarme por dentro y sonreír
a diestra y a siniestra con tal de prosperar en mi negocio.

El No tajante se equilibra con los gozos visuales de un erotismo intenso, e incluso en este caso sí exacerbado:
Te oyera aullar,
te fuera mordiendo hasta las últimas
amapolas, mi posesa, te todavía
enloqueciera allí, en el frescor
ciego, te nadara
en la inmensidad
insaciable de la lascivia.
Riera
frenética el frenesí con tus dientes, me
arrebatara el opio de tu piel hasta lo ebúrneo
de otra pureza, oyera cantar a las esferas.

La poesía hace del sonido un sentido revulsivo. Como lo dice José Miguel Oviedo en su Historia de la literatura hispanoamericana, vol. 4, Madrid, Alianza Editorial, 2001:

Si la comunicación lingüística se basa en el uso de un determinado nivel verbal, Rojas también viola ese principio, pues se comunica mezclándolos y revolviéndolos todos: en un solo verso, en una sola emisión, transitamos del nivel culto al popular, del místico al hedonista, del angustiado al desenfadado, del lúdico al grave (pág. 138).

Al voltear las palabras para que se sacudan y digan lo que la degradación de la lengua ha omitido, sus poemas nos traen un hálito más profundo. El de quien rasga la sucia costra de los días con sus trazos incandescentes. Rojas ha desatado la tormenta en el reino de la página. Logra así reconciliarnos con la respiración del fuego. Es lúcido, cómo no, pero también se deja arrastrar por el torrente de ese río desbordado: la lengua saliéndose de madre. Yendo más allá de si misma. Instaurando la nueva armonía exigente que tanto necesitamos. Su periplo quizás nos proporcione otras pistas.

La indirecta biografía de un poeta

En Alcalá de Henares Gonzalo Rojas, siempre fiel a la poesía, me da un repaso de su vida. Pero nada más ajeno a la nostalgia que este joven erguido y compacto nacido en 1917 en un Chile de vetas oscuras y mar deslumbrante.

Vale la pena oírlo pues cada nuevo poema trastrueca toda esta metamorfosis de lo mismo. Todo este juego sin fin, "de la putrefacción a la ilusión". Quizás por ello las sucesivas ediciones que van apareciendo de sus versos, en Chile, México o España, reordenan sus figuras, atrapadas ya por la exhalación de un ritmo propio. De una sintaxis nada complaciente pero no por ello menos certera y profunda. La de quien asumió la historia como musa de la muerte y exigió, como todo gran poeta, el largo y modulado aprendizaje de su lectura.

Quedan entonces fijos en su memoria compartida Vicente Huidobro que cuando se fue a las montañas andinas de Atacama, en 1942, lo impulsó, al decir a sus amigos del grupo surrealista Mandragora: "Déjenlo. Gonzalo es un loco que necesita cumbre".

En compañía de su primera mujer, María Mc-kenzie, les enseñará a leer a los mineros, como lo fue su padre, con sus botellas de pisco y sentencias de Heráclito el Oscuro: "Para cada hombre, su carácter es un demonio". Algo de todo ello se trasluce mejor en el poema que me entregó sobre el Atlántico. Allí está viva quien acaba de morir. Se llama "El cofre".

También perdura Mao, con el cual se encontró en Pekín el 26 de abril de 1953 cuando lloviznaba, y con el cual discutió sobre las bondades y caídas del verso libre y la rima. Mao no conocía a Walt Whitman.

Y, como no, Pablo Neruda, quien le reprochaba escribir "poquitico", mientras Rojas le replicaba que quizás él escribía "demasiadito".

Rigor y desenfado, sin olvidar que Rojas, en su Celda de monje concupiscente, está regido por el menos previsible de los dioses: Paul Valery.

Por ello el desangelado exilio en Alemania Oriental, luego del suicidio de su amigo Salvador Allende, terminaría por secarlo y fortalecerlo, frente a su máscara caída. Lo acompañaban no sólo Paul Celan, también suicida bajo los puentes del Sena, sino el escritor comerciante en armas, el africano Arthur Rimbaud, viéndonos "viejos de inmundicia 1 y gloria. Un puntapié nos diera en el hocico".

Se reiría, lúdico lúbrico, cuando Braulio Arenas lo calificó de "cero a la izquierda". Tal era precisamente el lugar donde reside la poesía. Esa contenida vigilia sobre sí misma, que rechaza la inmoralidad del sentimentalismo y sabe lo canalla que es toda elegía.

Relee entonces su Vallejo, su Borges y su Rulfo, consciente entonces de cómo la gracia de esos ascetas impide la corrupción del español debido a su música tan dulce como fría. Entre piedras, en su Chillan de Chile, Rojas habita su Torreón del Renegado. Debajo de la cama el avión de palo para volar más lejos, y siempre el éxtasis, sobre la grupa de la muchacha. Como él mismo lo dice: "Lo irreparable es el hastío". "Hay que nacer de nuevo, cada día, para quemarnos bajo ese rey, nuestro único padre, a quien llamamos: SOL".

Concluyamos, entonces, con estas palabras del poeta-pintor Roberto Matta, dichas en 1968:

Yo creo que todo hombre verdadero es un poeta, que un hombre integral tendría que ser un poeta, porque poesía quiere decir aferrar más realidad, toda la realidad.

Tal como sucede en la oscura, numinosa poesía de Gonzalo Rojas. Toda la realidad es suya, por fin. Y también nuestra.

Como desear hasta el fin

Nucas y rodillas, fascinaron incrementada con los años, como nos lo enseño Marcel Proust, en un amor de Swann, hay una edad “ya un poco desengañada… en que uno se sabe enamorado por el placer de estarlo, sin pedir demasiada reciprocidad”.
Ahí es cuando la poesía afronta su mayor riesgo: con las viejas palabras, ya un poco cansados de oírlas, reiteradas una y otra vez, renovar las frases hechas, sacudir las rutinas, recuperar el asombro. El amor ya se conoce, lo intentamos de nuevo, y “vamos en su ayuda, lo engañamos con el recuerdo, con la sugestión”, como reitera Froust.
Se escribe desde la memoria, aun cuando el presente brille allí adelante. Y es el pasado quien determina la forma. La conduce hacia el viejo molde, donde la atracción reclama una ilusa y sin embargo un tanto desencantada seducción. Exaltar esa belleza, quizás ya vista, quizás ahora más disminuida, pero que buscamos atrapar en las redes del poema. Por ello Gonzalo Rojas, en “Las adivinas”, nos recordara:

“Desvestirse
y vestirse de precipicio en precipicio, cansa,
predecir la misma carta del naipe en la misma convulsión
de hilaridad en hilaridad, en el mismo
abismo del orgasmo, cansa”.
Sí: el amor, como la poesía, son viejos oficios, llenos de trucos y artimañas. Hay algo conocido y fatigado que se sabe imposible y sin embargo se empecina en invocar ese cuerpo próximo pero distante, olido con furia pero también nunca del todo nuestro, aun cuando se nos entregue. Por eso recurrirá a nuevos puentes, más oscuros mediadores, al decir:
“Puede ser que Bataille me oiga, Georges
Bataille, el que vio a Dios
El 37 en la vulva
De Mne. Edwarda, medias
Y muslos de seda blanca”.

Bataille que ojala escriba “lo que no se”,”la palabra que el supo y ya no se”. Clausura e impotencia, la palabra se revuelve, se exaspera, gira y se torsiona sobre si misma, en su afán de registrar lo evanescente. De decir Mundo. De conjurar el fugaz vislumbre de esa belleza que se esfuma ya sea en un parque o un bar, embellecida aún más con todos los oros otoñales de una mirada como la del último Picasso: carne apetecida y en cierta forma ya nunca más poseída. Proust vuelve en nuestra ayuda, advirtiéndonos sobre el acto de posesión física “donde, por otra parte, no se posee nada”. Pero el propio Gonzalo Rojas, que sabe muy bien todo esto, se juega su última carta: “Aporte a perdedor y se me dio la poesía”.

Cuando en octubre de 1955 Jean Cocteau, el ilusionista de los muchos rostros, entro en la Academia Francesa recordó su definición de la poesía:

“Yo se que la poesía es indispensable, pero ignoro por qué”.
Esa otra cosa que era para Cocteau la poesía puede definirse desde la perplejidad y la contradicción:

“¿Cómo, sin que se desintegre; como sin que se desvanezca en humo, poner la mano en ese hijo de las nupcias profundas de la conciencia y la inconsciencia, en ese movil sin apoyo que tiembla en el aire al menor soplo y que, sin embargo, es más sólido que el bronce?”.

Algunos de los poemas de Gonzalo Rojas tienen levedad de aire y resonancia de campana. Peso y transparencia. Gravedad de carne acariciada y rabia feroz por una única certeza insoslayable: la muerte que acrecienta el deseo por todo lo viviente. Por el agua y por el ansia misma de beberla. Tántalo siempre nuevo y siempre seco.

“El placer-es mas profundo aun que el sufrimiento: el dolor dice: ¡pasa!/ mas todo placer quiere, /quiere profunda, profunda eternidad!”.

Por ello por los dos rostros de su obra, lo numinoso y lo oscuro, el relámpago y la sombra, el sueño y la conciencia, la imaginación y el lenguaje, hoy lo celebramos a Gonzalo Rojas en sus apenas noventa años, fiel siempre al espejismo.


©2007