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“La pintura es una derrota. El desfase entre los
que sueñas hacer y lo que finalmente concibes”. Con estas palabras
Fernando de Szyszlo vuelve a Bogota con medio centenar de sus
grandes cuadros, llevandonos a preguntarnos cuales son entonces
las dimensiones de su ambicion. Porque las pinturas que cuelgan en
los blancos muros del Museo de Arte Moderno son ejemplos
elocuentes y muy validos de un gran pintor, nacido en 1925 en Lima
y hoy entregado, con furia y armonia, a seguir ahondando en un
mundo propio.
El mundo donde el arte precolombino dialoga con la filosofia del
surrealismo en un silente y hondo paisaje desertico y en el fondo
de unos mares (“Mar de Lurin”) donde lilas, azules, morados,
turquesas y magentas nos obligan a sentir la flora y la fauna de
nuestro inconsciente. Del agua primordial.
Quien preside esta bien trenzada constelacion de signos plasticos
no es otro que un sol negro. “Inti”, la piedra con que los incas
lograban amarrar el sol. Por ello este mundo de penumbras y
veladuras busca tambien dejar afuera el paisaje e internarse en “
Camaras rituales” donde se desarrollan singulares “Ceremonias”
plasticas. Mesas para sacrificios o lechos para el amor, donde
insospechados visitantes de dos piernas y sin cabeza nos impactan
con sus entrelazadas ramas.
Como lo escribio Octavio Paz en 1959 la suya es “ Una pintura que
no se entrega, replegada sobre su propia intimidad, que desdeña la
complicidad sensual y exige al espectador una contemplacion mas
ascetica. (...) Sus formas, tensas y veloces, a veces son
agresivas, crueles ; otras, sus colores reconcentrados tienen
destellos de salvaje entusiasmo”. Todas estas caracteristicas se
han enriquecido con los años, en jugosos dipticos, sobre fondo
rojo, donde las texturas no hacen mas que incrementar los
espacios, reforzandolos con su caligrafia. Los grandes y vigorosos
trazos que comenzo a perfilar, desde los años 50, cuando paso seis
años en Paris y fue reconocido por Hartung.
Sol Negro
Epoca que lo nutre hasta hoy, cuando recuerda asombrado aun como
estaban vivos Picasso y Calder, Camus y Sartre, Giacometti y
Breton, y era factible encontrarselos en el cafe de Flore. Pero
curiosamente alli se volvio en verdad latinoamericano, dialogando
y mirando las pinturas de Tamayo, Lam, Matta y Alejandro Obregon y
reuniendose con Octavio Paz, Julio Cortazar, el poeta peruano
Eielson, y los españoles Palau y Fabre y Arturo Serrano Plaja para
soñar, como no, con una revista cultural, con titulo prestado de
Larra : “El pobrecito hablador”.
Eso no se olvida, como sus comienzos en el Peru, donde se
inscribio en arquitectura y visitaba con el poeta Javier Sologuren
el Museo de Arqueologia en Lima deslumbrandose con los vibrantes
tejidos pintados de Chancay y el arte de la cultura Chavin.
Tambien la figura de Jose Maria Arguedas, novelista y a la vez
antropologo, lo llevaria a buscar para sus telas esos mitos
aglutinantes, como podian ser la tortura y la muerte del Inca
Atahualpa, recreado en una elegia quecha o ahondar, año tras año,
en la poesia de Cesar Vallejo y Cesar Moro, recibiendo por esa
fidelidad imprevistas recompensas. La viuda de Vallejo, en Paris,
le regalaria un mechon postumo de su pelo de cholo, que aun
conserva en el mismo sobre en que se lo entrego.
Busqueda de un lenguaje contemporaneo (cubismo, abstraccion,
surrealismo, tachismo), poesia ancestral del mundo precolombino y
muy personales vivencias cristalizadas van configurando el mundo
de Szyslo. Un mundo que se tiende hacia el horizonte y un mundo
que se hunde en sus raices.
En ocasiones jambas y dinteles y escaleras que traen consigo la
luz nos concretan en su nitidez geometrica, solo para obligarnos a
descender a esa casa de su mente donde el enigma torna e
interrogarnos con sus formas convulsas. Con ese nudo tenso y
agitado, envolviendose en si mismo, y en tantos casos circundado
por esas gotas-semillas que marcan contrastes y hacen aun mas
viibles las corrientes de tension. Esas franjas de energia que
arrastran la mirada en lenta y ondulante marea cromatica, de
paralelismo y acordes, de repliegues y expansion.
Lo emotivo de su color y lo sabio de su composicion despliegan en
esta muestra de Bogota la dilatada y fecunda trayectoria de este
maestro que, desde el mundo andino, se hizo participe de un
dialogo universal, con su inconfundible geografia animica de
abigarrados encuentros de luz y sombra. De oscuros discos
refractando colores muy vivos, de dialogos eroticos entre la
grieta y el asta, como señalo muy bien el poeta Sologuren , donde
la convexidad que acoge y el filo que a la vez hiende y produce
placer, surgen de un color que aun arde en su negra tumba. O que
se transforma en un haz de signos, amarrados por su mano tan
ductil como sabia. Esas formas rotundas, situadas en mitad de esos
espacios magneticos, nos transmiten la fosforescencia de sus
pigmentos, como si desde la oscura boca de la sombra, el dorado
resplandor de una claridad efimera brotara nuevamente. Es la luz
con que la pintura ilumina una vez mas el camino del hombre,
brindandole el don inextinguible de la perpetua ambiguedad. De
volver a mirar esta pintura inagotable, que late dentro de la tela
y en lo mas profundo de nuestra vision.
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