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Tres destacados creadores encarnan el mundo árabe en las letras
colombianas. La primera, la poeta Meira del Mar (1912-2009).
Nacida en Barranquilla es bautizada con el nombre de Isabel Chams
Eljach. Era descendiente de padres libaneses, Julián E. Chams e
Isabel Eljach. En 1931 viaja al Libano con sus padres y hermanos,
en una travesía inolvidable por el Atlántico. El mar y el exilio
serán motivos recurrentes de su poesía, al igual que su admiración
desde joven por el poeta del Libano Kahlil Gibran (1883-1931),
autor de El loco y El profeta, dibujante admirado por su maestro
Rodin, y a quien Meira del Mar retrató con estas palabras: “El
rostro de un poeta en el sentido antiguo del vocablo: el que
predice, anuncia, vaticina. El que ve más allá de la mirada y oye
también lo inaudible”.
El segundo Giovanni Quessep, nacido en San Onofre, Sucre, en 1939,
de padre libanés y madre bogotana, y cuyo abuelo, Jacob Quessed,
llegó al puerto de Cartagena de Indias a fines del siglo XIX, en
un barco proveniente de Marsella y que había zarpado de Líbano. Su
poesía también está marcado por Biblos y Sherezada, Omar Khayyam,
cedros y tamarindos.
El tercero es el novelista Luis Fayad, en cuya novela, La caída de
lospuntos cardinales (2000) nos da una visión, amplia y
nostálgica, de quienes partieron del Líbano buscando un nuevo
Paraíso, una renovada Tierra Prometida. También se destacan el
poeta Jorge Garcia Usta (1960-2006) y los narradores Fernando Cruz
Kronfly y Juan Gossaín, con su libro La balada de María Abdalá
(2003).
Concentremonos, en primer lugar, en la novela de Fayad, un
inmejorable punto de partida.
Luis Fayad nació en Bogotá en 1945 y publicó en 1978 una de las
novelas más reveladoras de la nueva narrativa urbana, ambientada
en Bogotá : Los parientes de Esther. Novela de diálogo y pequeñas
existencias empeñadas en sobrevivir, entre los tortuosos
escalafones de la burocracia y la lucha tenaz, día a día, para
alcanzar las tres comidas diarias en esos hogares de clase media,
sostenidos por una estropeada dignidad, y la llegada inexorable de
la jubilacion y la vejez. Sin embargo, en el año 2000, y editada
por Planeta, Fayad publicó una nueva novela: La caída de los
puntos cardinales, donde torna la mirada hacia sus raíces, al
viaje de sus ancestros desde el Líbano a la costa norte de
Colombia. Un viaje marcado por el azaroso destino, en el sentido
literal de la palabra, pues se juega a las cartas. El
protagonista, ante las pérdidas de dinero en el poker, decide
desembarcar en Sabanilla y borrar de su horizonte a Chile, el
lugar hacia donde originariamente se encaminaba. Se trata de
Dahmar, profesor de un colegio en Beirut, y su esposa Yanira. Su
contricante en el juego es Jalil, sastre en Beirut. Tambien viaja
el herrero Muhamed, quien conocía a Yanira desde los 13 años y es
ahora su confidente, y el hermano de Jalil, Hichan. Quien tuvo que
abandonar Beirut un domingo 27 a las 8 de la noche, ante las
perentorias amenzas del padre de quien es ahora su mujer, Hassana.
Miembros de la comunidad maronita, en aras del honor debieron
dejar atras negocios y hogar; y en el caso de los hermanos
Kadalani (Jalil y Hichan), chiitas y masones, un turbio asunto de
política, en una atentado contra “un Mutasarrife armenio pero
investido por el gobierno turco” (p. 34), para el cual trabajaba
el padre de Yanira. Pero esas conspiraciones soterradas contra la
Sublime Puerta tendrán en Colombia una irónica respuesta: todos
ellos son turcos, debido a su pasaporte, rubricado por el Imperio
Otomano. Tambien la travesía en barco y el arribo a esa precaria y
desangelada tierra, donde liberales y conervadores se hallan
enfrascados en sempiternas guerras civiles, comienza a erosionar
sus rituales, con nuevos frutos: no el kibe sino la yuca, no el
tabule sino los patacones. Lo cual los lleva a aferrarse, con mas
ahinco, al juego del taule de su padre, hecho con madera de cedro
y dados de marfil. Dos meses de travesía, por mar, ya serán un
indicio de lo que acaecera, entre el cambio y la nostalgia. Lo
cual se acentuará luego cuando las mujeres, en primer lugar,
aprenden en contacto con las muchachas del servicio, los usos y
palabras de la nueva tierra; e imigrantes anteriores, como
Ibrahim, comienzas a ponerlos en contacto con aduanas y trámites
para importar mercancias. Que más tarde, a lomo de mula,
comercializarán por los pueblos del interior, abriendo el crédito
sobre telas y baratijas, en un país pobre, sacudido por las
guerras civiles. En tal sentido la novela sigue de cerca el
desarrollo del país a comienzos del siglo XX, y la llegada de
estos inmigrantes libaneses a Bogotá, teje un logrado mosaico de
figuras colombianas inconfundibles como el señor Contreras, de los
trasteos, o el abogado Ruben Marín, el doctor Marín, candidao al
Ministerio de Economía, que irán develando a estos extranjeros los
intringulis de la vida local.
Que si bien aprenden rápido los tejemanejes para sobrevivir,
siguen aferrados a los vinculos con sus paisanos y a ver como poco
a poco sus símbolos de identidad se transforman guardados algunos
en los armarios y “confinados otros al fondo de los baúles” (p.
143), al contrario del narguile “que viajó con Dahmar desde Beirut
y que no pasó de ser un adorno en una esquina de la sala, fue a
parar al cuarto de Muhamed para darle el uso original”. Unas
costumbres se diluyen, otras se mantienen con fuerza. Quizás la
más destacada fuera su hábil astucia para los negocios, como la
memorable escena en la cual Dahmar visita a un funcionario del
Ministerio y no vacila en tentarlo con una apuesta absurda.La cual
el burócrata ganará facilmente si tramita en doce días las
licencias de importación de trigo. El soborno cobra asi un aire
risueño. Por su parte, Muhamed, el misterioso, viajará al sur en
trance de conspiración para secuestrar al Presidente y terminará
negociando hojas de parra, tan esenciales en la preparación de las
comidas libanesas como el kibbe y tabule fabricado con el trigo
importado. Ya son casi colombianas, en la picaresca del negocio,
pero siguen siendo libaneses integrales en una vida cotidiana con
raíces milenarias. Las cartas que llegan del Líbano, como las de
Soraya, prima de Yanira, dibujan un mundo lejano que padece
también, en alguna forma, el viaje de tantos hijos suyos al
extranjero: “No todos aquí están conformes con los que se van. Se
alegran de que a sus paisanos los acompañe el progreso en otras
partes, pero se quejan de que muchos se llevan el dinero y nuestro
país es cada vez más pobre. Los que tienen y pueden venden sus
propiedades y cargan con nuestras riquezas.” (p. 171).
En todo caso, la patria nunca queda atrás del todo. SIempre hay
noticias, rumores, nuevos miembros que arriban a esa comunidad,
pequeña si se quiere pero cada vez más arraigada en Colombia. Los
cambios quedan registrados:
“Cuando las tropas turcas sufrieron la derrota como aliadas de las
alemanas en la primera gran guerra, los franceses entraron en
Beirut, pusieron su gobernador y apoyaron en Damasco la subida de
un Emir” (p. 190).
Los hijos de estos inmigrantes, en Colombia estudian derecho,
ingresan a la política, ven como su padres montan fábricas de
hilados de algodón, y asisten a las primeras huelgas de los
empleados del tranvía eléctrico. La novela, en todo caso, no se
desprende nunca de su nucleo original. Dahmar y Muhamed ayudan a
Bayur a simular un incendio en su depósito de telas mohosas, con
corto circuito y acetona incluida, para cobrar el seguro, pero una
tormenta, con rayos y truenos de verdad, logran gracias a Dios el
propósito. Por su parte, la mujer de Bayur, cada vez más gordo y
quejumbroso, inicia una relación con Muhamed, siempre dentro de la
endogamia de esos trasterrados, cada uno con las marcas
diferenciadoras de su raices: maronitas, chiitas, drusos. Al igual
que sucederá con Jalil casándose con una viuda con tres hijos, con
lo cual él tendría con quien recordar sus días de juventud en
Beirut y ella los suyos en Trípoli. La novela que incluye la
figura de Jorge Eliécer Gaitán y el consabido desastre del 9 de
abril, concluye dentro de la filosofía ya anunciada: en el
aniversario de la muerte de Dahmar su mujer Yanira se entrega a
Muhamed, fieles de algún modo al pasado, al hijo que ella tuvo en
esta tierra y al cuerpo de su marido ya enterrado en Colombia,
pero con el corazon, sin duda, aun quemandose con el recuerdo del
que habia conocido en el Líbano.
Una vez visualizado, a traves de la novela, el panorama general de
la inmigracion arabe a Colombia, su insercion productiva en una
nueva tierra, con fabricas y restaurantes, con ascenso social y
participacion colectiva, podemos fijarnos en la vision con que los
poetas miraron hacia atras y descubrieron, en la palabra, como “a
mi reciente orilla”, lo que siempre oyen, ritmico y constante, es
“un oleaje de siglos”, tal como Meira del Mar lo expreso en su
poema “Ayer”. Desde el siglo VII, por lo menos, esa memoria de la
sangre, mantiene vivos “rostros abolidos” y sobre todo lugares que
ya tienen una perdurabilidad legendaria:
"Y ven mis ojos resurgir del polvo las ciudades que el dátil
convocará junto a su vaso de dulzor, navios que el armonioso mar
de los abuelos con sus velas de púrpura cruzaron, pastores que la
estrella agradecian con la ternura del rabel, antiguas gentes
profundas, milenarias gentes, la vieja raza donde hubo forma esta
que soy, de canticos y duelo"
Que lograda sintesis en donde nomadas y sedentarios, el mar y la
ciudad, entrelazan sus referencias, en una musica ancestral. En un
arduo y dilatado proceso de identidad inconfundible. Quizas por
ello, en otro de sus poemas, 'Inmigrantes', ya son los abuelos
quienes edifican la casa, "como antes la tienda en los verdes
oasis", para trocar las viejas palabras en palabras nuevas. Ya no
son las piedras de Beritos sino el jaguar y el puma, "ocultos en
la selva". Compartidos los dos con largueza, "tal el odre del agua
en la sed el desierto". La arena, como el tiempo, todo lo cubre,
erosiona y desfigura. Pero incluso en tal proceso mantienen la
conciencia de la perdida: "rememoran el dia/ en que bled fue
borrandose/ detras del horizonte". Como anota la misma autora bled
, en arabe, significa la patria, el pais, la tierra natal.
Por su parte Quessep, quien cultiva una poesia lirica, de fuerte
carga metaforica y referencias ocultas, tambien reitera elementos
similares, con un tono propio. Tal el definitorio titulo de un
libro suyo de 1993: “Un jardin y un desierto”, donde un poema
titulado "Escritura", en sus dos estrofas finales, convoca la
caligrafia de piedra de la Alhambra, en estos terminos:
"Me nombro en la escritura de la Alhambra. El desierto no es mas
que una aventura del arabe. Su huerto a la piedra resiste cantando
en la Gacela: El paraiso existe si duerme el centinela."
Ese poder del sueño para modificar la realidad, para hacer que el
peso de lo terrestre se transforme en voluta de gracia y cielo,
puede incidir en ese extranjero sonambulo, que no se reconoce a si
mismo, incluso "entre gentes que amo", en "una ciudad blanca"
(¿Popayan?) donde "es posible que muera / soñando un país de
dátiles / y un barco donde cantan navegantes fenicios". Igual que
en Meira del Mar el tambien convoca a los datiles, el tambien
apela a los legendarios navegantes. El tambien establecera un
comercio, no de telas y perfumes, como en Fayad, sino de imagenes,
como las que se desprenden de Omar Khayyam , cuando insomne lo lea
bajo la luna, y asuma que el azul es color del luto arabe, como lo
preciso Nicanos Velez en el prologo de un libro donde se reune
toda su poesia : Metamorfosis del jardin. Poesia reunida
(1968-2006), 2007, sino que tambien el lapizlazuli es la piedra
emblematica del Líbano.
Por ello el azul recorrera toda su poesia, incluso en sus momentos
mas conturbadores, cuando en la "Elegia" a la muerte de su padre,
funde la hoja de cedro, el rumoroso azul, "la luna/ Callada del
que duerme", y
"La soledad de piedra/ De esa otra Biblos que es la muerte".
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"A fines de los años veinte, Lola Jattin Safar vivia con sus cinco
hijos y su esposo, Abdala Chadid, en Sincelejo, pero conocio y se
enamoro en Cartagena de Joaquin Gomez Reynero, un abogado local
que, tras abandonar a su esposa, se fue a vivir con ella a
Lorica”: asi lo cuenta Heriberto Fiorillo en su libro Arde Raul
(2003) . De esta unión, escandalosa para la epoca, naceria en mayo
de 1945 en Cartagena el poeta Raul Gomez Jattin, quien vivira su
adolescencia en Cerete y morira en la misma Cartagena el 22 de
mayo de 1997 conviertiendose en un fulgurante mito de la poesia
colombiana. Tanto por la vitalidad exacerbada de sus versos como
por la rebeldia impugnadora de su existencia. Homosexual,
drogadicto, visitante asiduo de clinicas siquiatricas, incluso en
Cuba, termino sus dias atropellado por un bus, convertido ya en un
deshecho humano, mendigo por las calles de su ciudad natal.
“La madre lo hartaba de quibbe y el padre de literatura", recuerda
su hermano Gabriel. Y uno de sus amigos, Ivan Barboza, dira:" Raul
se consideraba un arabe, pero un arabe bastardo”. En todo caso, la
profunda tension edipica con su madre, tal como queda patente en
este poema, de su libro Retratos (1988) donde su figura se halla
cruzada siempre por la referencia a su origen, desde el titulo
mismo, sera raiz basica de su poesia.
Un fuego ebrio de las montañas del Libano
Yo te sé de memoria Dama enlutada Señora de mi noche Verdugo de mi
día En ti están las fuentes de mi melancolía y del fervor de estos
versos En ti circula un fuego ebrio de las montañas del Libano En
mi vapores densos de tu delirio nublan mi mediocre razon española
Madre yo te perdono el haberme traido al mundo Aunque el mundo no
me reconcilie contigo
Esa tortuosa relacion con su madre asomara una y otra vez en sus
versos, pero sera tambien ella la que terminara por darle esa
nitidez perturbadora a sus poemas, enfrentandose a sus traumas y
afrontandolos con su palabra, gracias a “La transparencia oriental
que asimismo mi madre
y su vientre de Arabia habian sembrado en el hijo que se lanzo al
vacio de la muerte apenas defendido por el amor a las palabras”,
tal como lo escribio en su poema “Salamandra para Octavio Paz”. En
ese cruce de tensiones se puede estudiar mejor su agresiva
relacion con su abuela, quien “venida de Constantinopla” y “fugada
de un haren”, calificara de “mujer malvada”, a quien odio en su
niñez, pero que ahora comprende mejor
“Con sus ‘mierdas’ en arabe y español con su soledad en esos dos
idiomas Y ese vago destello en su espalda de alta espiga de
Siria”,
como termina por exorcisarla, en su poema “Abuela oriental”.
Finalmente su imaginario erotico , tan nitido en su poema
“Principe del valle del Sinu”, tiene toda la sensualidad de una
viñeta oriental y sus elementos caracteristicos, de “joven dios
agrario alejando el mal invierno”. Alli estan “la noche de Damasco
en sus ojos”, su elegancia: “la del caballo del desierto”. Su
maneras: “la presencia de los antepasados orientales fumando /el
hachis”. Tendido sobre un “cojin de seda verde pistacho”,
consumiendo uvas pasas, ajonjoli, almendras, yogur acido, “la
carne cruda con cebolla y trigo” y “el pan acimo”, se convierte
asi en el deseo mismo, la esencia del “adolescente eterno que
habita/ la ilusion del poeta y su locura de alcanzarlo”.
Medalla grabada por las dos caras, en la otra, en su perfil de
faraon Micerino, la barca que navega entre nenufares, los ibis que
vuelan sobre el rio, anuncias “la momia embalsamada” del propio
Micerino. Quien luego de consultar el Libro de los Muertos y los
sacerdotes de Osiris teme no “morir a tiempo” para ser enterrado
bajo esa piramide - obra humana - cuya construccion tanto se
demora. En la vida, como en la muerte, el hombre no cumple sus
sueños. Y ese fatalismo oriental hace aun mas dramatica su poesia.
Quisiera, finalmente, en el caso colombiano, mostrar otra
vertiente del influjo arabe en sus letras. Ya no el de los
escritores que por razones de sangre se hallan vinculados a dicha
cultura sino el caso de quienes por motivos de espiritu han
hallado en el mundo arabe fascinacion y estimulo. Enumero solo
tres : el poeta Eduardo Carranza quien en 1957 publicaria en
España su libro El olvidado y Alhambra. El ensayista, traductor de
poesia francesa y tambien poeta Andres Holguin que publicaria en
1982 su libro de viajes, reflexiones y ensoñaciones titulado Notas
egipcias y la novela de Alvaro Mutis de 1986 titulada Abdul
Bashur, soñador de navios, compañero fraterno en las andanzas de
Maqroll el Gaviero por paises mediterraneos y regiones
colombianas. El poema de Eduardo Carranza sobre la Alhambra tiene
el encanto de dibujo sugerente, en musica y sensualidad, donde
cuenta mas lo que no se dice que lo explicito. Un delirio
transfigurado en geometria, donde el aroma del azahar (palabra
arabe si las hay) y el jazmin edifica patios, ventanas, columnas,
para albergar alli “la gacela sideral”, en pos de un agua
inextinguible. Carranza vio bien como la tension fecunda del
impulso arabe parte de las arenas del desierto para remansarse en
arcaduces y jardines donde siempre murmura su musica el rumor del
agua. Donde el impetu guerrero de la conquista halla el oasis de
la meditacion y la poesia. De la caligrafia, sin imagenes, que
talla y orna los muros con las suras del Coran y las admoniciones
de Ala a traves de su profeta Mahoma. Por ello Carranza nos trae
siglos de dominacion arabe marcando el idioma español con la
riqueza de sus vocablos, que arribaran a America y que le
permitiran al poeta de los llanos orientales colombianos hablarnos
de como
“volaba la recta tras la curva y la curva se abria como un angel
quieto y volando”.
El cuento arabe, la musica arabe, ya esta aqui, transustanciada en
poesia colombiana.
Igual sucedera con quien fuera su alumno en las clases de
literatura del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario :
Alvaro Mutis. En dos libros de poesia, mas incluso que en la
novela mencionada, el mundo arabe irrumpe con una fuerza
inusitada. El primero son Los emisarios (1984) y el segundo Un
homejane y Siete Nocturnos (1986). En el primero, una calle de
Cordoba, España y un “Triptico de La Alhmabra”, le permiten
recrear, en el Mexuar, en la Alcazaba, un pasado epico de sangre y
guerra, de dominacion y olvido. Un patio donde el Comendador de
los Creyentes escucho a visires y soplones, admitio sus
reverencias y soporto sus formulas ceremoniales, antes de impartir
inflexible justicia. Ahora solo “las inscripciones de los versos /
de Ibn Zamrak/ que celebran la hermosura del lugar” (p. 55) y el
vuelo despreocupado de un gorrion son los unicos custodios de ese
lugar incomparable. Por su parte, en el “Nocturno en Al-
Mansurah”, un rey frances reza y agurda la muerte:
“ Tendido en un jergon de la humilde morada del escriba
Fakhr-el-Din, Luis de Francia, noveno de su nombre, ausculta la
noche del delta” (p. 43) Habia convocado una cruzada, fue
derrotado en la batalla “a orillas de Bar-al- Seghir”, y es
prisionero del Sultan de Egipto. Pero ahora, con las ropas sucias
de sangre y lodo, solo le queda aguardar el juicio de Dios y
repetir sus oraciones: se convertira asi en San Luis, rey de
Francia. La noche, en los dos casos, ha ido borrando el ruido de
las armaduras y la rabia de las blasfemias, tipico de las guerras.
Subsisten apenas el consuelo del silencio y la levedad de la
poesia, para conjurar el estrepito de una historia que naufraga en
el olvido. Que se borra, como las aguas del Nilo cada año renuevan
la tierra y permitan que el escriba, en hojas de papiro, en
inscripciones de piedra, narre los hechos, invoque los muertos,
mantenga viva la memoria del mundo.
Es bien sabido como la lectura de las Mil y Una Noches marco la
infancia de Gabriel Garcia Marquez y como ella se refleja en toda
su obra. Sin embargo, hay otro dato oculto y aun mas
significativo. La madre de su novia desde los 9 años y
posteriormente su mujer Mercedes Raquel Barcha Pardo
“pertenecia a una familia de ganaderos, al igual que su padre; sin
embargo, este, Demetrio Barcha Velilla, era en parte descndiente
de emigrados de Oriente Medio, aunque él habia nacido en Corozal y
era catolico. El padre de Demetrio, Elias Barcha Facure, venia de
Alejandria, aunque probablemente era de origen libanes: de ahi es
de suponer, la ‘sigilosa belleza de una serpiente del Nilo’ de
Mercedes. Elias habia obtenido la nacionalidad colombiana el 23 de
mayo de 1932, seis meses antes de que naciera Mercedes. Murio casi
centenario, y leia la fortuna en los posos de cafe. ‘Mi abuelo era
un egipico puro- me dijo-. Me ponia a brincar sobre sus rodillas y
me cantaba en arabe. Siempre vestia de lino blanco, con corbata
negra, reloj de oro y sombrero de paja, como Maurice Chevalier. Se
murio cuando yo tenia unos siete años’”. Como nos lo ha revelado
Gerald Martin en su reciente biografia Gabriel Garcia Marquez, una
vida ( Bogotá. Mondadori, 2009, p. 120) Es decir, que Garcia
Marquez de algun modo tenia en su hogar, en su cocina y su lecho,
una vinculacion inmediata con el mundo arabe y su cultura. Por
ello, para concluir, esta imagen cuando despues del diluvio en
Cien años de soledad se ve a los arabes de la tercera generacion
sentados en el mismo lugar y en la misma actitud de sus padres y
sus abuelos frente a la puerta de sus bazares “taciturnos,
impavidos, invulnerables al tiempo y al desastre”. Al perguntarles
Aureliano Segundo con su informalidad de que recursos misteriosos
se habian valido para no naufragar en la tormenta, todos, con “una
sonrisa ladina y una mirad de ensueño” le respondieron lo mismo :
Nadando.
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